Vivir en poesía para el Capitán de alas
En el año del centenario del nacimiento del poeta aldeano, Antonio Esteban Agüero, Caminos de Tinta llegó a Villa de Merlo en busca del obrero que trabaja sobre el oscuro yunque de su canto. Rastreando esas pesadillas con palabras, esa poesía que lo hizo perpetuarse en su ciudad y en la provincia para siempre.
Caminar por las calles de Villa de Merlo, no importa cuánto esfuerzo haya hecho el progreso por quedarse, esconde una invitación a perder la brújula por mirar el cielo, por ver el vuelo de los pájaros y oír el sonido de sus cantos. Caminar por las calles de la ciudad que aprendió a vivir de la literatura es sumergirse en la mística de una naturaleza que no distingue el norte del sur.
Una línea vasta y recta lleva de la terminal del ómnibus a la Casa del Poeta Agüero, como si fuera la casa que desde siempre espera nuestro regreso. Al entrar, el silencio muestra que si hay un lugar en el que las máquinas están al servicio de la literatura, es ese. El museo tiene un itinerario fijo y cultural disponible para todo el público y lo acompaña una equilibrada infraestructura que mezcla el blanco con la madera entre pájaros y cuadros que defienden y reclaman los derechos de los refugiados (obras de artistas de RefugiArte). En la entrada, una breve reseña cronológica, acompañada por los libros editados de El Poeta, resume en 10 recuadros su vida.
La bienvenida a la casa la da el increíble y emotivo cortometraje «La verde memoria», de 20 minutos y que fue dirigido por Gabriel Villanzón, en que el se cuenta un poco su infancia y adolescencia, para que seamos testigos de ese Merlo que empieza a cobrar existencia por y en la palabra. La ficción recrea a su madre, a su hermano, a la tía Adelina y su imaginación infinita, a su padre ausente, a los pájaros y los árboles con una primera persona impecable (en voz de Enrique ) recuperada de la autobiografía que El Poeta tradujo en versos. Porque cuando uno se acerca a Antonio Esteban Agüero comienza a descubrir el paraíso que la provincia tiene entre sus bellezas y un hombre-naturaleza que sólo tuvo lenguaje para traducir a los pájaros.
El director y todos los colaboradores que intervinieron en el cortometraje han podido volver imagen esa naturaleza efímera y etérea fundida en la palabra y la voz, que tiene vida y cuerpo, tan certeramente que el lenguaje es poco. Agüerianos hasta en la forma de mirar el cielo, el elenco (todos habitantes Merlo y cercanías, el pueblo todo como le hubiera gustado a El Poeta) rodeado de montañas aprendió a estudiar(se) el alma. Pero ésta no es la historia de mis emociones, no corresponde andar pretendiendo encontrar complicidad en usted que nos lee. Pero esa tarde vi que el gran Capitán de Pájaros volaba tan rápido que si rozaba con la uña una cabeza de alfiler, estallaría en mil pedazos.
Una visita guiada completa el círculo de la muestra «Boca del hombre, corazón del pueblo». Sólo es necesario decidirse a bucear con entera franqueza en los recuerdos de la infancia de Agüero para bajar las escaleras y atravesar el pasillo lleno de golondrinas y versos, la primera estación es la habitación de Agüero. Entre libros colgados en la pared se escribe su infancia, su familia y sus pasos una vez que se mudaron a la casa de Poeta Agüero al 380. Sus cuadernos de la primaria, su lápiz negro, algunos libros de estudio y un escritorio (donados por su hermana Teresita Agüero) son las pequeñas cosas que acercan a la poesía viva.
El comedor todavía conserva los muebles originales, la radio y algunos diarios de la época. También una carta que le envió a su madre cuando estuvo preso y un cómodo living con dos guitarras que se (con)funden entre acordes y versos.
Después de explorar la biblioteca entre romances de Lugones, algún clásico griego y «Solo de mujer» de Beba Di Genaro (incluida la edición «The selected poems of Federico García Lorca» del ’88), se puede ver el escritorio en el que pasó muchos días de su vida traduciendo esas palabras que lo atacaban en sueños, atando esas perras negras que como las mariposas se escapaban de sus manos. El sillón bien cerca de la estufa a leña, la pluma, sus libros, un vaso compañero y sus anteojos cuadrados. De custodios, dos cuadros: sus abuelos, los dueños de la casa. La cocina acoge entre mate y mazamorra, cada cual acompañado con el «Digo el…» que le corresponde.
Y qué importa si Elena entró al bar tradicional bautizado por El Poeta buscando un enchufe, o si Juan desliza como cohetes i griegas hijas del yeísmo. La poesía vive y sobrevive igual entre las tazas de café, entre los recordatorios de bar, entre los banquitos de la plaza, en los enamorados del pueblo, en cada uno de los aldeanos que no importa cuán extranjeros sean, ya nadan en versos de golondrinas. Porque «vivir en poesía es amar el pequeño reducto de la patria natal(…)/, porque en esa mínima parcela planetaria/ está representada la totalidad del cosmos».
Merlo ya no es el mismo paraíso que te hacía llorar y emocionar con sus muchas nubes, Antonio. Hoy te dolería ver cómo el progreso la habita llena de hoteles, spa, turistas y actos. Pero gracias a esa línea única, recta que lleva directo a tu casa la memoria se reinventa, vive, florece y te recuerda. Te extraña tanto como te extraña «El Tono», el arroyo, las altas y profundas alamedas con pájaros, «la vida y su mar de criaturas» o la confitería «Los comechingones», esa que bautizaste. No importa si te fuiste, las raíces ancestrales, la palabra (esa que siempre resulta vencedora) te reinventan, porque nos dejaste la llave, ahora sólo abrimos la puerta y (te) miramos.
Nota para CdT: Emma Shoshanna.