Un gran salto de los cuadros a los cuadritos

Los cómics de las dibujantes Barbara Stok y María Luque  abordan figuras del arte -Van Gogh y Cándido López- con suma originalidad.

Una de las grandes revoluciones de la historia del arte se produjo cuando los pintores decidieron salir a tomar aire. Desde las cuevas de Altamira hasta bien pasado el Renacimiento, todo se había hecho puertas adentro. Fueron los impresionistas, en los estertores del siglo XIX, los que sacaron los caballetes a la calle para captar el mundo en estado salvaje y se lanzaron a descifrar la complejidad de la luz y la subjetividad de eso que llamamos “realidad”. Muchos de ellos y de sus discípulos fueron pintores viajeros, cronistas de un mundo en estado de transformación, de tierras y gentes lejanas, de animales fantásticos y sucesos extraordinarios que jamás podrían plasmarse dentro de las paredes de un atelier.

La vida de muchos aquellos artistas del quiebre entre los siglos XIX y XX fue una obra en sí misma. Quizás la más romántica, la más sensual de todas sea la de Paul Gauguin –con sus periplos por Martinica y los Mares del Sur–, pero dista de ser la única. La fascinación que aún despierta la particular energía vital de los creadores de aquel período (comparable sólo con la que generan los dadaístas y surrealistas) explica la coincidente llegada a nuestras librerías de dos historietas que bucean en la vida y la obra de Vincent Van Gogh y Cándido López, un mito global y otro local de aquella fabulosa generación que sacó a la pintura de la comodidad de los estudios y la puso cara a cara con el mundo real.

La turbulenta historia de Vincent Van Gogh ha sido contada cientos de veces. Desde obsesivas biografías (como Vida y obra, de Uwe M. Schneede) hasta el sinfín de textos que circulan en la web, la vida del gran pintor holandés está al alcance de cualquiera que desee bucear en ella. Pero el recorte que hace la historietista Barbara Stok en su novela gráfica Vincent (Salamandra Graphic) es otra cosa: propone un acercamiento mucho menos biográfico que emocional a los últimos años de Van Gogh.

El relato que hace la historietista holandesa es el de una artista sumergiéndose en las obsesiones de otro artista –uno de los más grandes, por cierto–, justamente en el momento de gracia de su creatividad, que en el caso de Van Gogh coincidió lamentablemente con el pico de su locura. El foco de Barbara Stok está puesto en los años en que el genio holandés se instala en el sur de Francia, donde produce muchas de las que son consideradas sus obras maestras, pero también convive con incontenibles ataques de furia, depresión y visiones fantásticas que la autora de Vincent logra transmitir con una maestría gráfica que es, al mismo tiempo, perturbadora y magnífica.

A lo largo de las páginas de la novela gráfica de Stok transcurren hitos esenciales para comprender los últimos años del autor de “La noche estrellada”, como la hermosísima relación con su hermano Theo, sus debates con Gauguin sobre el rol del pintor en la sociedad y las escaladas de ataques de pánico, motivados por una sensibilidad excesiva, que acabarán desgarrando la mente y el cuerpo de uno de los mayores artistas de la historia.

Contemporáneo de los posimpresionistas –Cézanne, Gauguin, Van Gogh–, Cándido López fue un creador único en muchos sentidos. Nacido en Buenos Aires Aires en 1840, se formó como daguerrotipista y retratista, y con los años desarrolló un estilo como pintor que lo encuadró dentro del conjunto naïf. Fue un artista de la “realidad”, que retrató el mundo con un nivel de detalle y originalidad inigualable y dejó para la posteridad testimonios de una época en la que las naciones del cono sur de América se conformaron como tales a golpe de cañones y bayonetas.

Enrolado como teniente del ejército, López participó de la Guerra del Paraguay, donde elaboró sus cuadros más famosos y ganó fama en una sociedad porteña ávida de testimonios del conflicto. Allí, en la trágica batalla de Curupaytí, una granada le destrozó la mano derecha y provocó que perdiera la mayor parte del brazo. El médico militar que realizó la amputación en una infecta tienda de campaña se llamaba Teodosio Luque, tatarabuelo de María Luque, una de las creadoras de cómic argentinas más celebradas de la actualidad, autora de La mano del pintor, un libro que salta de la realidad a la fantasía para contar la historia de este particular cronista de guerra. Publicado por Sigilio –editorial independiente que concibe al cómic como literatura con mayúsculas y lo mezcla sin prejuicios en su catálogo con novelas de Marcelo Cohen y J.P. Zooey–, La mano del pintor establece un diálogo imaginario y entrañable entre María Luque y Cándido López, en el que se habla de la guerra, de la paz, de la amistad y, por supuesto, de la pasión compartida por el dibujo.

El disparador del relato es “el mal del dibujante”, una afección típica de ilustradores y pintores que inflama los tendones de la mano. Un médico le diagnostica a María ese mal y le recomienda que deje de dibujar por al menos dos semanas. Esa noche, la autora recibe en su cuarto la visita del espectro de Cándido López, que la anima a aprender a crear con su otra mano, algo que él debió hacer tras la amputación.

A partir de entonces se inicia una relación en la que Cándido le habla de las lealtades y los horrores cotidianos de la guerra (un momento especialmente conmovedor es la narración de Curupaytí, la última victoria paraguaya antes de su derrota, donde murieron casi 5.000 soldados, argentinos en su mayoría) mientras María lo interpela y le va mostrando la trastienda del libro que está haciendo a partir de su historia.

Llamado a ser un hito de la nueva historieta argentina, La mano del pintor es la primera novela gráfica de María Luque, que recibió el Premio de Novela Gráfica de la última Feria del Libro de Guadalajara por su nuevo trabajo, Casa transparente.

Revista Ñ.

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