Sergio Olguín: «Hay algo más terrible que morir y es convertirse en aquello que uno detesta»
A partir de una desquiciada historia de amor que desafía obstáculos de edad y parentesco, el escritor Sergio Olguín se interna con «1982» en el último tramo de la dictadura, cuando los militares pergeñan la recuperación de Malvinas como posibilidad de detener la pérdida progresiva de consenso.
Aunque la novela elude el retrato colectivo para situarse en los pliegues de la vida doméstica, donde la «disidencia» también puede ser penalizada con la opresión y la tortura.
Mientras algunos esperaban una nueva entrega de la saga policial protagonizada por Verónica Rosenthal -«La fragilidad de los cuerpos», «Las extranjeras» y «No hay amores felices»- Olguín perfiló una trama que si bien no está organizada en torno a una intriga ofrece giros sorpresivos y un desenlace impactante que resignifica la figura del héroe instalado por la tragedia griega.
Camuflada entre los pliegues de un amor fou, «1982» rearticula una secuencia que durante mucho tiempo estuvo dislocada en el imaginario colectivo: la que vincula el operativo de exterminio desplegado durante la primera fase de la dictadura y las operaciones que llevaron adelante los militares para recuperar Malvinas y pasteurizar los relatos sobre apremios y asesinatos que ya hacia fines de los 70 comenzaban a divulgarse fuera de las fronteras nacionales.
Olguín reversionó la apropiación que hizo en 1677 el francés Jean Racine de la tragedia de Fedra -la mujer que se enamora del hijo de su esposo Teseo- y decidió recrearla con variantes tomando el corte histórico que abarca la guerra de Malvinas y el clima de efervescencia que por esos años permitía conjeturar la recuperación democrática. Así, la novela atraviesa esos meses cruciales desde la periferia y se apoya en un narrador que conserva una distancia prudencial del fervor que sobrevuela a su alrededor.
Acaso lo más inquietante de la novela de Olguín es la manera en que escenifica la dimensión cotidiana del terror: el horror y la violencia naturalizados a escala doméstica desde una mirada que parece recuperar la noción de banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt que sirvió de alegato para condenar al criminal nazi Adolf Eichmann.
– Télam: Pedro y Fátima llevan adelante una relación que desafía todos los estigmas: la diferencia de edad, la idea del tercero en discordia, la inquietante mutación del vínculo maternal al sexual… Sin embargo los protagonistas sortean con bastante entereza los escollos ¿Cuanto le aporta a esta historia el contexto tan impregnado por lo político?
– Sergio Olguín: Quería escribir una historia de amor pasional, un amor loco. Un amor de esos que queman todo: a las personas que lo viven, al entorno social y cultural… Por eso necesitaba que los dos estén fuertemente enamorados, con el agregado de que entre Pedro y Fátima hay una relación de cariño muy fuerte que no está vinculada con lo sexual. Todo eso con el marco del año 82, que no solamente está marcado por la guerra de Malvinas sino por esa sensación colectiva de que algo se estaba gestando, como que la dictadura empezaba a retroceder. Esa transición está representada por Pedro y Fátima, que se animan a vivir una historia de amor tan jugada en lo personal y tan arriesgada en cuanto al entorno social y político en el que ellos se mueven.
– T: ¿El pasado y el presente del personaje del coronel Vidal visibilizan la conexión entre los crímenes de la dictadura y la guerra de Malvinas, dos focos que a lo largo del tiempo han aparecido como disociados en el imaginario social?
– S.O: Creo que el discurso que se instala en torno a la idea de los héroes de Malvinas nace en los episodios de Semana Santa de la democracia, cuando habla Alfonsín y rescata a estos militares de rango importante que habían participado de la guerra. Lo cierto es que aquel militar que ya ostentaba un grado importante cuando se produce lo de Malvinas había pasado gran parte de su carrera militar durante la dictadura y por lo tanto era probable que hubiera tenido participación en el proyecto genocida. Estamos hablando de tipos que torturaron, mataron, secuestraron, violaron, robaron chicos… Es cierto que a veces tenemos como una disociación producto de la visión heroica del soldadito, de aquellos conscriptos que estuvieron en Malvinas. Eso llevó a que se escondiera detrás de un supuesto heroísmo el accionar de esos oficiales de la dictadura. Igual, a mí no me interesó tanto desmontar eso como sí hablar de las consecuencias de la dictadura en la vida íntima de las personas.
– T: «Fátima era una enemiga. A los enemigos se los destruye. Y una manera de destruirlos es convertirlos en aliados (…) El castigo era solo la batalla, convencerla era ganar la guerra». ¿El personaje de Vidal funciona como una metáfora del propósito central de la dictadura, que buscó aniquilar moralmente a su supuesto enemigo y hasta se quedó con su botín más preciado a partir de la sustracción de los bebés nacidos en cautiverio?
– S.O.: Hubo una política de destrucción del enemigo. No alcanzaba con vencerlo ni con matarlo. Había que convencerlo. Eso se ve bien en la novela donde queda en claro a partir de la actitud de Vidal y de Blanca, la empleada que adhiere a lo que hace el militar. No fue mi intención escribir personajes simbólicos en el sentido de que Blanca sea leída como una parte de la sociedad que avaló con una complicidad silenciosa, pero es cierto que en el fondo ella es una parte de ese sector que fue bastante cómplice con la dictadura. Vidal no solo un representante de la dictadura sino también un hombre violento, es decir, un tipo deleznable desde otra perspectiva. Es la visión de un hombre violento actuando sobre una mujer indefensa.
– T: El final es uno de los aciertos de la historia: ese aire de renuncia, de aceptación de un destino inexorable, le da a la trama un componente inquietante ¿En qué medida reaparece aquí el espíritu de la tragedia griega?
– S.O: Las tragedias contemporáneas son distintas a las antiguas. En la tragedia griega muere un personaje que se convierte en quien organiza el caos, es decir, la víctima se ofrece para que ese caos desparezca y se arme un orden nuevo. A partir del siglo XX, ese tópico fue reconvertido por los grandes autores del absurdo y las nuevas tendencias del teatro, donde la muerte se transforma justamente en algo vano y el gesto del héroe se vuelve inútil, innecesario. Por eso los personajes que en la novela parece que pueden llegar a morir terminan teniendo un desenlace más terrible. Porque hay algo más terrible que morir y es convertirse en aquello que uno detesta.