Mercedes Guiraldes:”La idea de la muerte es una fantasía constante en la vida de las personas”
En su obra «Nada es como era», Mercedes Güiraldes describe de qué forma le cambio la vida haber sufrido de cáncer.
En «Nada es como era» Mercedes Güiraldes se sumerge en una experiencia conmovedora y autobiográfica sobre el cáncer que, como un torbellino, modificó su vida y a pesar del dolor y la angustia le permitió abrirse a una nueva dimensión que le implicó renuncias y transformaciones, como lograr el deseo mil veces postergado de escribir un libro.
En el libro, editado por Tusquets, Güiraldes va gradando la información según suceden los hechos: desde la detección del tumor en su pecho izquierdo, la perplejidad ante la confirmación del cáncer, los tratamientos, la transformación de su vida y de su entorno. Los disfrutes ante la superación de las etapas críticas, los caminos inimaginables de la autoayuda, y cuando ya todo parecía superado, la aparición de un segundo tumor.
La enfermedad, que para Güiraldes significó sentirse atrapada en un cuerpo enfermo, rozó también el núcleo duro de su profesión como editora: la lectura, un hábito que en algún momento sintió que perdía y que regresó con la palabra salvadora de Proust, siguió con Joyce y continuó con obras literarias o ensayos atravesados por la enfermedad y la supervivencia.
En diálogo con Télam, Güiraldes manifestó que poder escribir el libro fue muy liberador, al tiempo que «las vergüenzas y los miedos desaparecieron con la enfermedad».
– Télam: En la introducción decís que el libro no es un intento de literatura del yo y tampoco es una crónica, pero está basado en tu vivencia personal. ¿Por qué las aclaraciones?
– Mercedes Güiraldes: Este libro es una declaración de intenciones. Me propuse escribir la historia de mi cáncer sin pensar en hacer literatura, sin pensar en un género en particular. Lo único que quería era contar esa experiencia lo más ligada a la realidad, y al mismo tiempo hacer uso de estrategias narrativas que hicieran de la lectura algo menos arduo y difícil. También me propuse ayudar a gente que pasó por esa situación, como a mí me ayudó leer libros de todo tipo referidos a experiencias límite, que podían ser literatura o no. Autoayuda, un género que a mí me espantaba, relatos de campos de concentración, experiencias como la tragedia de los Andes o libros más teóricos como las metáforas del cáncer de Susan Sontag.
– T: En el libro decís que siempre fuiste bastante hipocondríaca, ¿habías pensado alguna vez en la posibilidad de tener cáncer?
– M.G: Siempre jugamos con la idea de nuestra muerte, porque la idea de la muerte es una fantasía constante en la vida de las personas. Pero de ahí a que te digan que tenés cáncer hay un abismo. El cáncer es la realidad pura, ahí se acabó la fantasía, la neurosis, ahí realmente tenés un problema serio y aparece todo un mundo que te arrastra y te arrasa.
– T: Uno podría pensar en el cáncer como un sismo que resquebraja las estructuras sobre las que se asienta tu vida ¿Qué representación te hiciste vos a partir del diagnóstico?
– M.G: Para mí la imagen era la de la prisión. Y estar presa de dos formas: encerrada dentro del cuerpo, y preguntándome por qué estoy en este cuerpo enfermo, que es algo que aparece habitualmente en las personas enfermas; como si fuéramos una cosa distinta de nuestro cuerpo y sintiendo que querés salir de ese cuerpo enfermo. Por otro lado, encerrada en un protocolo, que en el caso de un cáncer agresivo como el mío es durísimo, y las soluciones médicas son aún más difíciles de sobrellevar. Ahí también me sentía presa, porque tenés que agradecer, te diría, que exista una quimioterapia para tu cáncer, porque lo peor que te puede pasar es que te digan que no existe un tratamiento. Entonces tenés que agradecer algo que te provoca un malestar y trastoca tu vida durante mucho tiempo de un modo terrible.
– T: De la lectura surge que la contención de tu familia fue muy importante…
– M.G: Me di cuenta de lo importante que eso era para mí. De todas formas no en todo momento uno es capaz de recibir ayuda. Hay momentos y núcleos duros de la angustia en los que te cerrás totalmente a la ayuda; te cerrás en vos misma y aparecen sentimientos difíciles y normales que son la ira, el enojo, la desesperación, pero cuando podés asomar la nariz te agarrás como de una tabla de salvación, lo que hace una diferencia fundamental.
– T: ¿Qué momento recordás como uno de los que te cerraste particularmente?
– M.G: Cuando mis padres me querían mandar a un cura sanador y lo tomé a mal, porque estaba por empezar quimioterapia. Entonces pensaba: ¿cómo se les va a ocurrir esa idea? Me dolía que pensaran así y luego los entendí. En cambio con mi marido fue como un descubrimiento, porque si bien hacía 20 años que estábamos juntos no sabés cómo va a reaccionar el otro, y él funcionó del mejor modo posible que puede haber, acompañándome sin ponerse en primer lugar. No es fácil estar con una persona que está enferma un año entero, una mujer que está borrada de la escena. Sentí que éramos el príncipe y la Cenicienta: me decía ‘vas a estar bien’ y era verdad. Se dio una situación que dentro del momento espantoso que fue, resultó reveladora para la pareja.
– T: ¿Qué camino sentís que tuviste que ir construyendo a partir de la enfermedad?
– M.G: El cáncer lo cambia todo: tu forma de ver tu propia vida, la forma de ver a la gente que te rodea. Recuerdo que salí de la cirugía y le dije a mi mamá: no voy a tener nietos, porque de pronto pensé que no iba a llegar a vieja. En ese momento de mucha angustia uno permea toda la vida, para bien y para mal, todo junto. Hay cosas que antes te parecían importantísimas y a partir de una situación así te das cuenta de que te dejabas llevar por orgullos o te hacías problemas que tenían una solución bastante al alcance de la mano, y entonces hay una transformación de los vínculos.
– T: La experiencia te llevó a escribir un libro, ¿antes de esta situación cuál había sido tu vínculo con la escritura?
– M.G: Siempre escribí de modo errático, de chica sobre todo. Cuando fui más grande no me gustaba lo que escribía o no tenía sobre qué escribir, mi escritura era más bien de tipo diario, ideas que iban surgiendo, no publiqué casi nada, solo un cuento. Las vergüenzas y miedos que tenía desaparecieron con la enfermedad. Se rompió un temor o idea que tenía sobre mí misma acerca de que no iba a poder publicar nunca un libro, y escribir fue muy liberador.
Fuente: Télam