La inmortalidad por las letras
A 30 años de su muerte, nos seguimos preguntando cómo escribir después de Jorge Luis Borges. Lo único que sabemos es que la próxima el laberinto prometido tendrá una sola linea recta, invisible e incesante.

El aleph y la Biblioteca de Babel en uno solo.
Corría la mañana del sábado del 14 de junio de 1986, en plaza Constitución cambiaban una publicidad de no sé qué marca de cigarrillos rubios: “El incesante y vasto universo ya se apartaba” de Jorge Luis Borges para siempre.
También en Ginebra sucedía lo mismo, lugar donde, hace 30 años, un enfisema pulmonar terminó con la vida del gran escritor, hay quienes dicen que también con él desapareció el aleph. Ese sábado a la noche, Leopoldo Tetamonti, el embajador de Argentina, declaró que la muerte se había producido por la mañana y lo enterrarían en Suiza, en el Cementerio de los Reyes.
Como habitar en la encrucijada de las estrellas le resultaba poco, conjeturó un encuentro de bordes, definió la eternidad en la pampa, vio el universo todo y se vio a él mismo, nos presentó a Borges y el otro, el mismo y creó sus precursores, igual que Franz Kafka.
A los seis años llegaría el primer texto o acaso la primera raíz de una herencia textual eterna. En 1914 se mudó a Ginebra y aprendió francés y latín, el inglés era para él tan natural como el español. Para 1921 volvió a Argentina cargando la bandera del ultraísmo, lo proclama en la revista “Nosotros”. Funda “Prisma”, que tiene como detalle haber sido revista mural, y con ella la primer vanguardia argentina. A esta le seguirá “Proa”.
Formó, junto a un grupo de escritores, un grupo con el que copaba la Richmond – en Florida al 468- de metáforas, defendiendo la poesía contra la prosa tejida de compromiso social que enarbolaban los de Boedo.
Entre la galería de directores de la Biblioteca Nacional figura Jorge Luis Borges (1955-1973), luego de haber sido desplazado por el peronismo, en 1955, de la Biblioteca Miguel Cané. Quizás nunca imaginaron que ese sería el hogar y probablemente el germen de “La Biblioteca de Babel”.
Sería 1923 el número grabado en la primera esquina del laberinto cretense, junto a “Fervor de Buenos Aires”, la primera publicación que, a diferencia de lo que se esperaba, nada tenía de ultraísta. Así, Borges comenzaría a armar su máquina para luego marcar caminos, vías y senderos que se bifurcan, se bifurcan en la literatura argentina. Tan grande es esa máquina, que nada tiene de azaroso, que lo volverá un nombre en el Parnaso de la literatura universal y abrirá a todos los lectores las puertas de la biblioteca. Ese contacto terminará por desintegrar este mundo que pasará a ser Tlön y Borges estará como siempre leyendo la traducción alguna enciclopedia.

«Soy yo, soy Borges».
Escribir de Borges es terminar escribiendo con Borges o como él, y es este el mayor desafío de cualquier escritor argentino que lo haya leído: salir de Borges. Descubrimos con él que con cada lectura hay un clásico que renace, bien lo sabía Pierre Mernard, pero que también se necesita de un lector que suspende la duda y “no desconfía del lenguaje, cree en la suficiente virtud de cada uno de sus signos”, como afirma en “La postulación de la realidad”.
Hoy, en el 30º aniversario de su muerte le seguimos agradeciendo por el divino laberinto de los efectos y las causas, por sus cuentos infinitos, por ser la figura paterna de la literatura del Siglo XX, por los ensayos inmejorables, por hacer girar el universo en torno al verbo “ver” y por haber hecho renacer clásicos y toda la literatura mundial ante nuestros ojos. En fin, por habernos dado la llave del Universo al que algunos llamamos biblioteca.
Nota: Belén Ontiveros Carozzo.
Foto: Fernandino Scianna.