“La infancia es una luz que nunca podemos perder de vista”

En tiempos de maquinaciones, los poemas de Sara Goldstein de Tapiola nos devuelven la dulzura.

Los grises son los mejores días para dialogar con poetas porque pueden descubrir nuestras chispas con milimétricas palabras o silencios. Con Sara ocurre así. Me da la bienvenida desde la puerta porque no puede caminar mucho. Cada tanto, los pocos rayos de sol bañan las plantas de zapallo en su jardín. Es sábado. Cuando nos despidamos le pediré que escriba sobre los zapallos. Ahí radica su arte: fundir lo pequeño con lo inmenso. Esta inspiración, confiesa, la recibió del escritor danés Hans Christian Andersen. Sobre todo con “La reina de las nieves” que todavía recuerda emocionada.

“En este cuento ves la paradoja desde la cual escribo: por un lado, la eternidad, y por otro, un par de patines”, explica. En “Necesito palabras”, Sara maquina:

“Había en aquel sitio  
muchos caracoles, 
pero ese que lleva  
el niño en la latita,  
hallado en la plaza, 
sólo en ese 
vuelve a armarse 
el rompecabezas  
del universo».

_ ¿Ve a su obra como un rompecabezas?

_ Sí, porque tiene cosas muy dispares que a veces convergen en alguna deducción filosófica.

Ella participó en la antología “Tiempo de niños”, publicada por San Luis Libro. Estas páginas reúnen “Las piedras en el jardín” de Sara Goldstein de Tapiola (1970), “Villancicos en la voz de la tierra” de Dora Ochoa de Masramón (1980), “Burbujitas” de Esther del Rosario Guevara (1995) y “Andanzas de Juancito el zorro en San Luis” de Polo Godoy Rojo (1997).

_ ¿Cómo nota la infancia de aquellos años y ahora, que volvió a participar en la escuela de su barrio (Nº77 Maestros Puntanos)?

_ Siento que los niños están muy intelectualizados y no saben cómo manejar todo lo que están recibiendo desde los medios tecnológicos.

A menudo cuando releo a Sara encuentro en la infancia el motivo de sus desvelos. Ahora que la visito le comento que su atención hacia los niños tiende a debilitar el «respetable sentido común». Ella coincide con una sonrisa.

“El lenguaje es el primer juguete del niño. Yo hacía rimas y me faltaban palabras y ponía un disparate. Y hay gente que no escucha a los niños pero en mi caso sí, se reían o los festejaban. Entonces empecé a darme cuerda. Mi mamá tenía la costumbre de hacernos hacer una copia de la lectura todos los días, a mi hermana y a mí, nos contaba cuentos y sobre todo canciones”, dijo hace dos años y todavía lo subraya.

“Lo dulce es una parte vital de nosotros mismos que en la actualidad está en el exilio”, señala el filósofo Alain de Botton.

“La dulzura se encuentra en la forma en que los pensamientos de los niños aún no han tenido que ser probados por la experiencia. Todavía pueden dar saltos utópicos, sin censurarse a sí mismos”, sostiene Botton y nos invita a contemplar con más frecuencia los dibujos de los pequeños para experimentar esa libertad.

Sara revisa un cuaderno tapa dura rojo donde tiene varios poemas frescos para niños. Hay unas cuantas hojas cortadas más dibujos suyos y de su hija con trazos sencillos y coloridos como en el arte infantil.

En estos meses, ha regresado a ese rincón de la memoria acompañada también por otro arte. «Dejé el piano porque por razones de salud me trasladé a Mendoza y después por una beca que me dieron acá puede tener un órgano. Pero siempre me acompañó la música clásica. A veces tenemos que abandonar algo para valorarlo realmente. La música me da felicidad», dice la poeta que nació en Buenos Aires en 1930 y vive en San Luis desde el 65´.

Al maestro alemán le dedicó un poema:

«En esta arquitectura hacia la estrella 
subo con alas de amapola y sombra. 
Iluminados gatos me contemplan, 
ronronean sonatas inefables. 
El cristal del sonido azul y cóncavo 
arma un sueño distinto 
aún dentro de mi sueño. 
Y me alimentas, Bach, a la manera
 de un dios que de sí mismo se ha olvidado 
por imprimir el vuelo de la música».

_ ¿Qué sería la felicidad?

_ Tendría que remitirme a algunas enseñanzas orientales. Para mí la felicidad es estar en contacto con lo absoluto. Cuando digo dios tengo miedo de que me invada la imagen humana.

Para Sara, la felicidad tiene que ver con un ejercicio espiritual.

_ ¿Y qué valores encuentra en esa práctica?

_ Para mí es importante no apartarme del sendero, yo sé mis límites, sé que no puedo ser Teresa de Calcuta pero no por eso la dejaré de admirar. Es como un acto de franqueza, no hacer daño a nadie, no dejarme invadir por el egoísmo.
Antonio Esteban Agüero estaba en ese sendero cuando habla de la naturaleza. Es como que dejara todo atrás y la naturaleza en él fuera música y la poesía en sí misma.

_ La literatura puntana en cierta época tuvo un halo católico y usted tiene una visión espiritual diferente, ¿cómo hizo para convivir con los dogmas y su búsqueda de lo absoluto?

_ Soy de familia judía. En mi casa no practicaban mucho la religión pero mi mamá me enseñó que tenía que respetar a todas las religiones porque todas buscan a dios. Eso me ayudó mucho. Cuando vine a San Luis sabía cómo era el ambiente pero no me costó adaptarme.

_ ¿Si tuviera que aconsejar a un niño para que inicie en el sendero de la poesía, qué le diría?

_ Lo llevaría a un jardín o una habitación y le preguntaría de todo lo que ve, qué es lo que más le gusta, me remitiría a la parte lúdica para después pasar a la escritura.

_ ¿Y cuál objeto eligiría usted para seguir jugando?

Un árbol porque tiene belleza, fortaleza, es silencioso, resiste el otoño y no se hace propaganda. (Risas)


«Árboles que conocen la historia de la luz, 
sus laberintos, 
el idioma del polen, que dictan la abejas. 

Árboles que vinieron desde el fuego, 
se nutrieron de luz inmarcesible, 
bebieron en la copa de las llamas 
rojos de antiguas fogatas olvidadas. 

Árboles que me rompen la memoria 
en amarillos de Van Gogh y sueños. 
Rumor de alas, de champán y humo 
son tus recuerdos cuando los convoco. 

Árbol que fue el amor cuando era el pájaro, 
su dolorida sombra conmovida, 
 cuando quizá esperabas mi retorno 
por catedrales de hojas y semillas. 

Volveré de tu mano hacia los árboles, 
a la exacta canción del amarillo, 
a la pureza del otoño en llamas, 
al silencio rasgado por las hojas».

Nota: Matías Gómez para Patio Serrano.
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