Enzo Maqueira, tras la literatura nacional, no sólo porteña

Enzo Maqueira nació en Buenos Aires. Es escritor, comunicador y docente. Fue secretario de redacción de la revista Lea y es colaborador de la revista Anfibia, de periodismo narrativo. También fue uno de los fundadores de la editorial Outsider. Ha escrito las novelas «Ruda macho», «El impostor» y «Electrónica», además de otros relatos y crónicas.

Enzo Maqueira estuvo en la 4ª Feria Nacional del Libro, en Villa Mercedes.

Enzo Maqueira estuvo en la 4ª Feria Nacional del Libro, en Villa Mercedes.

La literatura de Maqueira es predominantemente urbana, y relata los conflictos propios de la clase media. «Electrónica» ya va por su tercera edición, y es considerada por sus colegas y por periodistas especializados como la novela de una generación. Allí se relata a la clase media universitaria de nuestro siglo, y la cultura de las fiestas electrónicas que la envuelve. En palabras de su autor, refleja a una generación que recibió el mandato de ser feliz.

Enzo Maqueira. en el marco de la 4ª Feria del Libro de Villa Mercedes, dio una charla sobre «Igualdad de género y el fin de la postmodernidad». Después, Caminos de Tinta conversó con el autor, que habló de su paso por la ciudad, sus referentes, sus obras, y su visión de la literatura argentina.

—¿Cómo has pasado estos días en Villa Mercedes, y la participación en la Feria del Libro?

Vine tres días, ya había venido el año pasado. Me gustó mucho, la pasé muy bien. Incluso pude encontrarme con amigos escritores que no veía hace mucho, como Liliana Heker, que es mi maestra, uno de mis faros en todo esto. Nunca antes había compartido una Feria del Libro con ella, es una de esas personas a las que uno ve tan alto, que después resulta muy loco compartir una mesa con ella, en el mismo lugar, como invitados. Sentí como si hubiera llegado a un lugar donde quería estar.

—Además de Liliana Heker, ¿a que otros autores tenés como referentes o como «maestros»?

Liliana es mi maestra en lo más inmediato y práctico, yo fui a su taller literario hace mucho. Uno tiene siempre maestros a los que lee, y de alguna manera quiere copiarlos, como Vargas Llosa, Cortázar, Andrés Caicedo, Sara Gallardo, Manuel Puig; yo quería escribir como ellos. Pero, por más que uno los lea y quiera, no es lo mismo que ir a un taller y que te lo expliquen. Tenía un estilo bastante cortazariano en ese momento, pero eso había que entrenarlo y domarlo. Eso fue lo que me enseñó Liliana. Me dio métodos. Aprendí que cada oración tenía que entenderse, tener sentido y estar bien construida. Como decía Flaubert: «…ir en busca de la palabra justa». Por eso ahora, cada vez que termino un texto lo corrijo cuarenta veces, lo reescribo otras veinte y lo dejo descansar. Escribir no depende solamente del talento, depende mucho más del esfuerzo y del trabajo que se pone; es sentar el culo, escribir y disfrutar del proceso de reescritura.

—¿Alguna otra influencia?

Además de los autores que te nombré, otra gran influencia para mi fue el cine, con directores como Fellini o Herzog, por ejemplo; fueron tipos que me enseñaron quizás más rápidamente o con más claridad a contar historias, porque lo visual nos entra mejor que lo escrito.

—Por lo visto, tus referentes son personas muy diversas…

Sí. Para mi, mientras el artificio esté bien armado, no me importa cuál sea la estética ni la ideología. Vargas Llosa me encanta y es terrible facho, pero me parece un escritor enorme y el más grande de la generación del boom latinoamericano.

—Varios escritores y responsables de editoriales con los que hablé, han puesto el foco en la calidez humana que hay en esta Feria del Libro. ¿Se diferencia en ese aspecto a otras ferias, como la de Buenos Aires? ¿Es menos fría o menos competitiva?

En la Feria de Buenos Aires, por lo menos en el lugar donde vamos los sub-40, somos amigos y nos conocemos. Tanto entre escritores, como editores. Así que me siento muy bien ahí, sin duda. Hace poco estuve en Tucumán, y la calidez fue muchísima. Acá la diferencia, sin hablar mal de los tucumanos, es que no vi avidez por acercarse y por entrar al selecto mundo de los escritores de la Capital. Es raro, porque lo habitual es que todos quieran aparecer en Buenos Aires. Eso fue lo que más me gustó, que el acercamiento de la gente fue un poco más auténtico. Lo que menos me gustó fue que, en Tucumán, me vine con una lista de más diez autores tucumanos; pero acá me voy a ir sin conocer demasiados autores puntanos. No se acercaron muchos. Quizás en el ámbito de la poesía ese intercambio se dio, pero entre los autores de narrativa no conocí a nadie. Hubiera sido bueno, porque eso ayuda a que se deje de pensar que en Buenos Aires está todo, y a que el resto de las provincias no se sientan excluidas. La literatura nacional no es solamente lo que pasa en la Capital.

—El problema del centralismo de Buenos Aires atraviesa un montón de ámbitos, además de la literatura…

Sí. Y es un tema grave, que tenemos que resolver de una vez por todas, en este caso para que el camino no le sea más difícil a los escritores que nacen y viven en las provincias. Tienen que haber políticas activas, desde ONG, desde grupos literarios, desde el Gobierno; tiene que terminarse ese centralismo para que tengamos realmente una literatura nacional y no sólo porteña. Fijate que los escritores de las provincias que han trascendido, fueron los que decidieron irse a vivir en Buenos Aires.

Algunas obras de Maqueira.

Algunas obras de Maqueira.

—En tu cuenta de Twitter escribiste «Fui un escritor del reviente», y te denominás como feminazi. ¿Por qué decidiste definirte así?

Lo de «escritor del reviente» es por una nota que me hicieron en Clarín (junto con Unamuno, Loyds y Sklar). Fuimos con la idea de dar una imagen de reviente, pero no tanto como la que nos dieron. Es así, los medios te convierten en un payaso para que la gente se burle, te odie o te ame. Me contaron que dentro del mundillo literario esa nota cayó muy mal, nos dieron con un caño. Poner en Twitter eso, es solamente un chiste, aunque también me doy cuenta que siempre fui ‘el más drogón y el más borracho’ de los grupos en los que estuve. Lo de feminazi es porque soy feminista. Abracé esa causa hace un par de años cuando la entendí, no desde la teoría, sino desde la empatía. Cuando era chico era un pibe bastante especial, no respondía demasiado a lo que se esperaba que fuera un pibe. Por ejemplo, no me gustaba jugar al fútbol. Era más onda poeta. Por lo tanto el bullying sobre mí era bastante grande: era el maricón. De alguna manera sufrí la violencia machista también, y eso hizo que empatizara mucho con toda la comunidad gay en general, y al mismo tiempo también con las mujeres. No es comparable, pero tranquilamente a mí me podría haber violado cualquier machista. Era un niño condenado a la violación, en cierta forma. Eso me hizo acompañar la causa feminista desde mi lugar de varón heterosexual, pero que entiende de lo que se trata; a pesar de que también he tenido un montón de actitudes machistas a lo largo de mi vida y que he ido corrigiendo. A veces me complica un poco la vida, como cuando salgo y tengo una propuesta sexual, me pongo a pensar si acepto y si no es una posición de poder la que tengo, pero es una complicación que me divierte. Es sacarme un poquito el barniz de macho alfa y mostrar que no soy el varón que esperan que sea. A veces me da vergüenza, pero es un desafío también para mí romper con la cultura patriarcal y propone otro camino.

—La manera de contar tu niñez me recuerda al protagonista de tu libro, «Ruda macho»…

Porque de alguna forma soy yo. Ese libro lo empecé a escribir inspirado en una alumna que tenía en un colegio en el que daba clases. Se le había muerto la madre y el padre se había ido. Después creo que vivió con la abuela, que también murió. Había quedado sola en el mundo. Eso me impactó mucho. Y al mismo tiempo ella tenía visiones o premoniciones. Comencé a escribir su historia, y me di cuenta que todo lo que imaginaba y agregaba para ese personaje, era lo que me pasaba a mí cuando era chico. «Ruda macho» es algo que fui armando con partes de la historia de esa alumna y de mi primaria en un colegio católico: una cuestión medio mística, y ese tema de no encajar en lo que debía ser un varón. Pensá que yo cursé la primaria en los 80, y la cultura de los militares todavía estaba muy presente. Tenía maestros que eran pequeños «Videlitas», físicamente y en sus actitudes. Había un profesor que, cuando un chico hablaba en clase, le tiraba con una tiza en la cara; o defendía tocarle el culo a las minas en la calle. Y yo era medio poeta, estaba pensando en las montañas, era un nerd. Mis compañeros no me odiaban, pero tampoco se juntaban conmigo. Estaba aislado, aunque tenía algún que otro amigo que era tan friki como yo.

—En «Electrónica», tu última novela, el éxtasis es un elemento muy presente. ¿Con las fiestas electrónicas cambió la manera en que la gente se relaciona con las drogas?

Sí, la irrupción de la música electrónica tuvo mucho que ver. La cultura electrónica hoy es la cultura dominante, como lo era el rock hasta los 90. Aunque hoy el rock es una parodia de sí mismo, ya no salen grandes bandas, y las que salen son copias de otras: por ejemplo, los Rolling Stones siguen vigentes y son la banda más grande del mundo, cuando ya debería haber sido superada por algo más. Sin embargo, no sucede. Y cuando sucede, son bandas con influencias de la electrónica, como Radiohead. La cultura alrededor de Radiohead, lo que pregona, tiene más que ver con la filosofía de la electrónica que con el rock, que es la filosofía de la rebeldía. La electrónica no propone rebeldía, de hecho acuerda con el sistema en un principio en la cuestión del consumo, si vas a una fiesta electrónica vas a ver que está llena de publicidades y marcas. Los que participan de eso están buscando a Dios ahí, si pensamos a Dios como todo aquello que no es material y que nos trasciende. Siempre que alguien esté buscando eso, aunque sea en ese lugar, habrá una chance de romper con el sistema. Te explico esto para que veas que la forma de romper con el sistema de la cultura electrónica es diferente a la del rock. Y una de las claves de esa cultura es el consumo de drogas sintéticas, porque todo está vinculado a esa idea de lo artificial y lo tecnológico. No podría ser de otra manera, porque vivimos en un mundo lleno de máquinas y nosotros mismos nos convertimos en máquinas también: tenemos aparatitos que son extensiones de nuestro cuerpo, una parte de nuestra mente está en la realidad y la otra en un mundo virtual. Y las drogas tienen mucho que ver con ese mundo digital, mecanizado y tecnológico; porque nos levantan, nos bajan, nos hacen hacer un montón de cosas, nos tranquilizan. El cerebro es más rápido y tiene mayor capacidad que cualquier computadora, pero no lo usamos. Pero en lugar de aprender a usarlo y de fomentar nuestra naturaleza humana, al contrario, nos convertimos cada vez más en máquinas y nos forzamos a dar más de lo que podemos naturalmente.

—Recién decías que la cultura rock se parodia a sí misma, ¿crees que con la literatura está pasando lo mismo?

Hay una vanguardia conservadora. De los 90 para acá se instaló una vanguardia que proponía darle la espalda al boom latinoamericano, a Cortázar, al compromiso político, al trabajo con el lenguaje, al realismo mágico; y proponía ir a algo más dadaista, donde la literatura tenía que ir para adelante sin preocuparse en que decir, sin preocuparse en posturas políticas o estéticas. Un nihilismo postmoderno típico. Eso fue en los 90, ante la irrupción del neoliberalismo salvaje, donde esa vanguardia de escritores eligió irse por la tangente, mirar para otro lado y darle la espada a todo lo que pasaba. Igual, tengamos en cuenta que venían de una época de mucho compromiso político en la literatura, muy politizada. Pero pasaron treinta años de eso, y ahora pasan otras cosas, por eso esa vanguardia conservadora es un oxímoron que no puede ser posible. No se sostiene, es hora de cambiar y de mirar lo que está pasando en el mundo. La literatura argentina en esos últimos treinta años perdió un montón de lectores, perdió el lugar que tenía, perdió calidad, y esa vanguardia que en un momento sirvió, condujo a un callejón sin salida. Ya no se puede ser más ingenioso, ni más chistoso, ni más despreocupado, ni más apolítico. No se puede seguir en esa dirección, ya se tocó fondo (o se alcanzó la cumbre para algunos), pero ahora hay que pasar a otra cosa. Hay una nueva etapa que ya está empezando, con nuevas novelas que vienen de la mano de nuevo compromiso político. Muchos de los que estamos en esto militamos de diferentes maneras, en mi caso en el feminismo; o ante el Gobierno que tenemos, plantándonos en la vereda de enfrente ante cualquier atropello del neoliberalismo salvaje. Me parece que es necesario, es lo que se está dando y son los tiempos que vienen. El referente de la corriente anterior es Cesar Aira, que tiene setenta años, ha ganado premios y va camino al estrellato. ¡Pero no quiero seguir con eso! Viene una renovación, donde esperemos que se aborde esa gran deuda pendiente que es el encuentro entre las provincias y Buenos Aires, y que surja una verdadera literatura nacional argentina que no tenga que ver solamente con Buenos Aires.

Nota para Caminos de Tinta: Kafka Tamura.

Fotos: Internet.

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