Enrique Menoyo, el poeta que amasó un poco de infinito en Justo Daract

Los escritores Jorge Hadandoniou y Julio Cejas comparten anécdotas de un autor profundo, memorioso e ineludible.

La antología se publicó en 2007.

De padre español y madre argentina, Enrique Menoyo nació en Villa Dolores el 20 de febrero de 1928. Estudió en Córdoba y se recibió como odontólogo en la Universidad Nacional de esa provincia. Sus primeros textos aparecieron en diarios y revistas de su tierra natal luego se extenderán por Justo Daract, donde ejerció su profesión durante cuarenta años. Una calle y una biblioteca llevan su nombre en la ciudad ferroviaria.

La nostalgia y la reflexión dominan su estilo musical. El poeta Agüero prologó su cuarto libro Afán de la vida (1969).  En esa época Menoyo ya cosechaba premios literarios. La amistad con el “Capitán de pájaros” fue invaluable.

“Quizá por la causalidad poética y la casualidad ciudadana. Tal vez primero al ajedrecista que venía casi diariamente desde Justo Daract para jugar en el Hotel Avenida. Probablemente en algún libro de poemas descubierto en una librería (Hue-Cupén) de Villa Mercedes. Pero conocerlo fue un placer en los pocos momentos que con él pude compartir”, contó el escritor Jorge Hadandoniou quien presentó una antología sobre el puntano adoptivo en 2007.

El poeta Julio Cejas conoció a Menoyo en la Biblioteca Rivadavia de Villa Mercedes donde se reunían una vez al mes algunos escritores encabezados por el poeta Oscar Sosa Ríos. Desde entonces trabaron una entrañable amistad. “Sabiendo que no le gustaba participar y que hacía varios años que no publicaba, me sorprendió que una noche se llegara hasta mi trabajo “Estación de servicio” para mostrarme el borrador del libro “Definiciones” que deseaba editar, y que deseaba intercambiar opiniones conmigo sobre el mismo. A todo esto mi “Pretensión de lluvia” ni estaba en mi mente. Esta actitud de su parte de tratarme como su par, es algo que he valorado toda la vida”, recuerda Cejas.

Jorge también comparte otra anécdota. “Cuando se presentó su antología en San Luis, viajó desde Córdoba en una combi pequeña, conducida por su hijo. Allí también podía acostarse porque su salud era un poco precaria. El hecho es, además de lo curioso, simbólico. Pero la llave del símbolo se la dejo a los lectores”, expresa.

En el prólogo de la antología Hadandoniou destaca la paciencia y humildad de Menoyo para elaborar su lírica personal. “Como era de una memoria prodigiosa para la poesía, con seguridad corregía mucho mentalmente porque lo obsesionaba encontrar la palabra precisa. Sabemos lo difícil que es; y por eso mismo se embarcaba despojado de las premuras del tiempo, en alcanzar la medida apropiada en cada verso”, indica.

Jorge apunta que influyeron en Menoyo plumas como Machado y Juan Ramón Jiménez, a los que podía recitar de memoria. También, Leopoldo Lugones, en su vertiente poético-lugareña. “En general, la poesía de nuestro idioma que se enrolara en un lirismo depurado”, asegura.

Sobre la amistad con Agüero, Hadandoniou dice que lo admiraba. “En su sonrisa y en algún dejo de cierta tristeza que solía dejar caer, Enrique –sin decirlo- en cuanto poeta de este tiempo y sociedad, comprendía y tal vez se identificaba con Antonio en cuanto a las soledades e incomprensiones”, afirma. Cejas agrega que con el poeta Alejandro Nicotra había afinidad lírica.

Menoyo adoptó a Justo Daract como su hogar para la poesía.

Menoyo publicó siete libros. En el poema “Comprensión” madura: “Hay momentos donde la vida/fermenta llamas alucinadas. / Y al resplandor de ellas/comprendemos el mundo. / Entonces la muerte es otra imagen/ que no nos invierte el destino.”

Hadandoniou considera que el principal legado del poeta es “la profunda honestidad humana y poética, en lo vital. Y una lírica depurada y plena en su síntesis esencial. Ambos aspectos, abrumadoramente necesarios hoy en día. Menoyo, solitario por antonomasia, dejó una obra necesaria, imprescindible en su lirismo; pero también en sus estocadas de compromiso social y humanístico. Cuando lo incluí entre los autores que daba a los alumnos de todos los niveles, lo hice convencido de que está entre los grandes líricos de nuestro idioma; tanto como de que es necesario que se conozca su poesía. Y lo pertinente de su pregunta tiene que ver más con el conocimiento y difusión de esa poética que con su valor intrínseco. Éste es indudable tanto por el cincelado de sus versos como por el contenido breve y contundente de su visión de la existencia. El otro es más complicado y debe ser asumido por cada generación que quiera renovarse e innovar desde los más altos logros ya alcanzados”, sostiene.

En el poema II, del libro “Los Días”, Menoyo expresa: “Mi libertad es ésta: jaula de sol, de viento y árbol. / Desde el umbral del día/ siento el mundo recién inaugurado”.

Y esa génesis todavía aprecian Cejas y Hadandoniou cuando vuelven a la obra. “Es verlo, en su presencia humilde, sencilla, absolutamente provinciana, despojado de toda vanidad. Es sentir la suavidad de su voz recordando un verso aislado. Es redescubrir el delicado estilete con el que tocaba la conciencia ante la soledad del hombre o la injusticia. Y, por sobre todo, es disfrutar de la sencillez en la palabra que es lo más difícil de lograr con el propio verbo”, dice Jorge.

Cejas recomienda releer el poemario “Destino”. Y recuerda un consejo que le dio Enrique: “Hombre de pocas palabras cuando hacía críticas literarias, pero aun así, pude captar su modo de ver y vivir el mundo literario cuando me hizo una observación después de leer uno de mis poemas “Privilegiado hecho” diciendo; No!!! Julito…eso es muy nerudiano, y que luego en el encuentro siguiente que tuvimos se disculpara con una metáfora, diciendo; No se vaya a enojar don “Cejita” por lo que le dije los otros días; si yo no viera leña en el árbol no hubiera hecho ningún comentario. Ese consejo actualmente me sirve cuando escribo, ya que soy adepto a las comparaciones y metáforas.”

El poeta murió a los 88 años, en la estación que más navega clara o sutilmente entre sus versos: el otoño.

En el poema “Confesión”, dijo: “Piso la tierra. “Remolino el viento. /Quiero amasar mi poco de infinito/”. Y lo logró, se hizo pan en la palabra.

 

Nota para Caminos de Tinta: Acrílico.

Fotos: Gentileza Jorge Hadandoniou.

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