El incómodo Boris Vian

Aunque se llamó Boris Vian, dicen que usó más de veinticinco heterónimos para su prolífica vida de artista que terminó cuando tenía sólo 39 años. Partícipe infaltable de la bohemia parisina en la década del 40 se dedicó a la literatura y el jazz, influido por el ambiente familiar en el que se crió. Fue novelista, autor de teatro, virtuoso trompetista de jazz, actor de cine, «chansonnier», traductor de novela negra americana, letrista y autor inconformista de canciones.

Boris Vian, escritor francés que rompió los esquemas con su estilo.

Boris Vian, escritor francés que rompió los esquemas con su estilo.

Nació en 1920 cerca de Versalles, en Ville d’Avray (Francia). Su madre era una pianista aficionada a la ópera e intérprete de arpa. Su padre, aunque rentista y empresario, fue también poeta y traductor. Haber padecido de reumatismo cardiaco y tifoides lo convirtió en un niño de frágil estado de salud, por lo que inició sus estudios en su propia casa. Cuando estuvo mejor, acudió al Liceo Hoche de Versalles y después al Liceo Condorcet de París, donde fue diplomado como ingeniero metalúrgico en 1942 por la Escuela Central de Artes y Manufacturas.
Tenía 23 años cuando escribió su primera novela “Trouble dans les Andains” que en español se tradujo como “A tiro limpio”. Le siguió “Vercoquin y el plancton”. Las dos reflejan su estilo de vida bohemio. Mientras, se ocupaba en diversos oficios y aficiones: trompetista y crítico de jazz, actor, cantante de cabaret, compositor y productor. Además organizaba regulares y animadas fiestas.
Dentro de su bibliografía se destacan “Todos los muertos tienen la misma piel (Les morts ont tous la même peau)” (1947), “La espuma de los días (L’écume des jours)” (1947), “El otoño de Pekín (L’Automne à Pekin)” (1947), “Ellas no se dan cuenta (Elles se rendent pas compte)” (1948), “Que se mueran los feos (Et on touera tous les affreux)” (1948), “La hierba roja (L’herbe rouge)” (1950) o “El arrancacorazones (L’arrache-coeur)” (1953).
Al margen de novelas, escribió varios textos, algunos de los cuales aparecieron de forma póstuma: «El lobo hombre (Le loup-garou)» (1970) y “Los perros, el deseo y la muerte (Les chiens, le désir et la mort)” (1974); las obras de teatro cercanas al absurdo “Los forjadores del imperio (Les batisseurs d’Empire)” (1961) o “El último de los oficios (Le dernier des métiers)” (1964); el poemario “No quisiera morir (Je voudrais pas crever)” (1962); o ensayos sobre la música jazz como “Historia del verdadero jazz” (1961) o “Escritos sobre el jazz” (1984).
La vida sentimental de Boris Vian también pasó con sobresaltos. Se casó en 1941 con Michelle Léglise, quien lo engañó con su amigo Jean Paul Sartre. Como venganza, Vian ridiculizó al pensador en muchos de sus escritos utilizando el nombre de Jean Saul Partre. De Michelle se divorció en el año 1952 (tuvieron dos hijos, Patrick y Carole) y se casó dos años más tarde con la actriz y bailarina Ursula Kubler.
El fin de su vida, tan intrincada como sus tramas narrativas, llegó con un infarto en un cine de la ciudad de París, el 23 de junio de 1959 cuando veía una adaptación cinematográfica de su novela “Escupiré sobre vuestras tumbas”.
Impactante para el momento, “Escupiré…” es una novela descarnada que escandalizó al público francés por su violencia y pornografía. Boris Vian y su editor, Jean D´Hauin, fueron procesados por la justicia en 1950 bajo la acusación de «ultraje a la moral y las buenas costumbres”. Prohibida en 1949, fue reeditada de forma clandestina.

Fue novelista, autor de teatro, virtuoso trompetista de jazz, actor de cine, "chansonnier", traductor de novela negra americana, letrista y autor inconformista de canciones.

Fue novelista, autor de teatro, virtuoso trompetista de jazz, actor de cine, «chansonnier», traductor de novela negra americana, letrista y autor inconformista de canciones.

«El arrancacorazones», de Boris Vian, (fragmento):

L’Arrache-cœur es la novela que Boris Vian publicó en 1953. Su personaje es Jacquemort, un psiquiatra de barba roja que busca clientes para aprender aquellos sentimientos de los que carece. La historia de Clémentine comienza en el mismo instante en que Jacquemort la asiste en el nacimiento de sus trillizos: Citroën, Noël y Joël.
La trama es intensa y roza lo absurdo. También es cruel y obliga al lector a seguir la vorágine de barbaridades que se suceden renglón tras renglón. El fragmento elegido muestra a la madre obsesiva, casi al inicio de la novela, cuando decide apartar de su vida, para siempre, al padre de las crías.

Ángel cambió de posición, buscando un rincón fresco. Al moverse, su pierna rozó la de Clémentine. Ésta se sobresaltó y encendió bruscamente la luz. Ángel, medio adormilado, apoyó un codo sobre la almohada para mirarla.
—¿Qué te pasa? —preguntó—. ¿No te encuentras bien?
Ella se sentó y sacudió la cabeza.
—No puedo más. —dijo.
—¿No puedes más de qué?
—No puedo soportarte más. No puedo seguir durmiendo a tu lado. Nunca podré volver a dormir si sé que en cualquier momento me puedes tocar. Que puedes acercarte. Basta que los pelos de tus piernas rocen las mías, y me vuelva loca. Me pondría a chillar. —Su voz era tensa, vibrante, cargada de gritos sofocados. —Vete a dormir a otra parte —rogó—. Ten piedad de mí. Déjame.
—¿Ya no me quieres? —Preguntó Ángel, estúpidamente. Ella lo miró.
—Ya no puedo tocarte —dijo—. Y aunque pudiera tocarte, no puedo ni siquiera imaginar que tú me toques, aunque sólo sea un instante. Es horrible.
—¿Te has vuelto loca? —aventuró Ángel.
—No estoy loca. Pero todo contacto físico contigo me da horror. Te quiero… Es decir, quisiera que fueras feliz, pero no de ese modo. Me cuesta demasiado. No a este precio.
—Pero si no quería hacerte nada —dijo Ángel—. Cambiaba de posición y te he rozado, eso es todo. No hace falta que te pongas así.
—No me pongo de ninguna manera —dijo ella—. Éste es ahora mi estado normal. ¡Vete a tu habitación! Por favor, Ángel. Ten piedad de mí.
—No estás bien —murmuró él, sacudiendo la cabeza. Le pasó un brazo alrededor de los hombros. Ella se estremeció, pero no opuso resistencia. La besó levemente en la sien y se levantó.
—Me voy a mi cuarto, cariño —dijo—. No te preocupes…
—Oye, —dijo ella— otra cosa, yo… No quiero, no sé cómo decírtelo, no quiero y no creo que vuelva a querer nunca más. Búscate otra mujer. No soy celosa.
—Ya no me quieres… —dijo Ángel, triste.
—No de este modo —repuso ella.
Él salió. Ella permaneció sentada donde estaba, contemplando el hueco que había dejado Ángel en la parte baja de la almohada. Siempre apoyaba la cabeza en la parte baja de la almohada. Uno de los niños se agitó en sueños. Ella escuchó con atención. El niño volvió a quedarse tranquilo. Levantó la mano para apagar la luz. Ahora toda la cama era para ella, y ningún hombre volvería a tocarla jamás.

 

Nota: Paola Duhalde.

Foto: Internet.

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