«De alas, boas y sombreros», por Gabriela Pereyra

Se cumplieron 75 años desde que Antoine de Saint-Exupéry, autor de “El Principito”, se subió a un avión de guerra y desapareció en el mar. Sin embargo, sobrevolar su historia obsequia alas para eternizarlo.

Dicen que los que escriben suelen hacerlo para salvarse, para desnudarse, liberar demonios, mitigar tristezas, para la posteridad, para interpelar, para compartir, acercar enseñanzas, para la esperanza, para no olvidarse; como ejercicio de la imaginación, por generosidad, por búsquedas y perdones, por utopías, por sueños. Hablar de una pluma, es hablar de un ala, y un ala es vuelo. Antoine Jean-Baptiste Marie Roger de Saint-Exupéry, Conde de Saint-Exupéry fue un hombre que pudo combinar las ganas de volar, tanto arriba de un avión como volar con su pluma historias ineludibles de contar. 75 años después de su partida, la novela “El Principito” es patrimonio de la humanidad, pero aunque no lo fuera, seguramente sería de todos aquellos que en diferentes momentos de la vida pudieron leerlo o releerlo.
Antoine de Saint-Exupéry, el aviador y novelista, nació el 29 de junio de 1900 en Lyon, Francia. Al estallar la Segunda Guerra Mundial se enroló en las unidades de reconocimiento aliadas; en 1943 se incorporó a las tropas de la Francia Libre. Con 44 años, el 31 de julio de 1944 el avión que pilotaba en una misión militar contra el nazismo, desapareció. Fotografiaba el territorio del sur de Francia en preparación para el aterrizaje de los aliados. Las versiones por mucho tiempo no estuvieron claras sobre si fue alcanzado en combate por un avión alemán, o se desplomó por un desperfecto mecánico. Pero se fue. Se dice por una parte que pilotaba un Lightning P-38 y fue alcanzado por las balas de un caza de la Luftwagge. El avión se incrustó en el mar Mediterráneo, cerca de la isla de Riou, al lado de Marsella. Se dice también que ya no tenía edad para la guerra, había sufrido múltiples lesiones en aterrizajes forzosos que marcaron sus aventuras de aviador e inspiraban sus historias. Otras versiones afirman que los aviones destinados a vuelos de reconocimiento no gozaban de las mejores condiciones.
Horst Rippert, un ex periodista de deportes alemán y piloto de guerra de la Luftwaffe en la Segunda Guerra mundial, dijo que mató a su propio héroe. A los 88 años y cuando nadie esperaba sus revelaciones, Rippert relató cómo el autor de “El Principito” se cruzó en su camino al final de la Guerra, en el sudoeste de Francia. Lo derribó disparándole sobre las alas y vio al avión hundirse en el mar sin que el piloto se eyectara. «Después de haberlo seguido, me dije: si no huís, yo te disparo. Bajé y tiré, no sobre el fuselaje sino sobre las alas. Lo toqué. El zinc se rompió. Derecho al agua. Supe días después que era Saint-Exupéry. Esperé y espero aún que no fuera él», relató a los investigadores Lino Von Gartzen y Luc Vanrell, que publicaron sus resultados en el diario provincial francés La Provence.
Al poco tiempo un cuerpo con un traje de la Fuerza Aérea de Francia fue hallado al sur de Marsella. Se presumió que era del escritor y se enterró en septiembre. Durante más de 50 años, la muerte de Saint-Exupéry fue uno de los grandes misterios del mundo literario.
Su final sucedió sólo cuatro semanas antes de que París fuera liberada en plena Segunda Guerra Mundial. Algo que le preocupaba sobremanera y se entristeció cuando Charles de Gaulle opinó públicamente que Antoine apoyaba al nazismo.

Hallazgos para un adiós

Fue en 1998, cuando un pescador de la costa de Marsella llamado Jean Claude Bianco encontró entre sus redes una esclava plateada con el nombre del aviador y su esposa. Aquel hallazgo era la prueba de la muerte de Saint-Exupéry, hasta entonces desaparecido.
Una pieza del Lightning 38 fue localizada al este en la isla de Riou, el mismo lugar donde el pescador había encontrado la pulsera, fue formalmente identificada como perteneciente al aparato de Saint-Exupéry, según el DRASSM.
El submarinista profesional, Luc Vanrell, la detectó en mayo de 2000, aunque los expertos tuvieron que esperar hasta octubre de 2003 para obtener la autorización de sustraer los restos.
Las técnicas de limpieza, una vez fuera del mar, permitieron descubrir una inscripción de cuatro cifras, 2734, correspondiente a la matrícula militar del avión de Saint-Exupéry, según la tabla del ‘US Air Force’.

El conde que volaba

Antoine fue el tercero de cinco hijos del Conde Jean-Marie de Saint-Euxpéry y Andrée Marie Louise Boyer de Fonscolombe, matrimonio aristocrático y empobrecido. Quedó huérfano a los cuatro años.
Cursó estudios en los colegios de los jesuitas, de los maristas y en la Universidad de Friburgo. No consiguió entrar en la escuela Central ni en la Naval. Comenzó estudios de arquitectura en 1920 que abandonó cuando entró en las Fuerzas Aéreas Francesas en 1921.
Al terminar el servicio militar ejerció diversos trabajos en París no relacionados a sus pasiones. Renunció incluso a un matrimonio de conveniencia que entre otras cosas no le permitía volar.
Fue uno de los pioneros de la aviación civil, primero en Europa y después en la Argentina. 
En 1923 tuvo un primer accidente con el resultado de rotura de cráneo. En el año 1926 se hizo piloto comercial y trabajó para una empresa aérea.
En 1927 realizó arriesgadas misiones de correo aéreo en África y Sudamérica. Ya en 1934 ingresa en Air France. Como corresponsal de prensa visitó Moscú y España.
Fue el propio Saint-Exupéry quien hizo el vuelo inaugural a fines de 1929. Como el ferrocarril cubría el tramo Buenos Aires–Bahía Blanca, fue desde un pequeño aeropuerto de esa ciudad (Harding Green) con destino a Comodoro Rivadavia y unos meses después extendieron los vuelos hasta Río Gallegos. De la estadía en Argentina, el aviador cosechó turbulencias y conoció a quien sería la mujer de su vida, su “Consuelo”.
Trabajó en la empresa Aeropostale desde la creación. Esa compañía hacía transporte de carga liviana desde la ciudad de Toulouse hacia Centroamérica y también hacia la Argentina. De hecho, fue en este país que se creó una filial impulsada por estancieros patagónicos que se llamó Aeroposta, finalmente la compañía quebró por problemas financieros y Antoine, acompañado por la salvadoreña Consuelo Suncin partieron a Francia donde se casaron.
Luego fueron a Nueva York, volvieron a Francia y poco tiempo después Saint Exupéry pudo sobrevivir a un accidente que pudo ser fatal.
En 1935, volaba con su mecánico y navegador André Prevot en un monomotor con cuatro plazas. Esta vez los vientos lo agarraron en el desierto del Sahara, a la altura de Libia: el avión perdió altura y la pericia de Saint Exupéry les permitió un aterrizaje forzoso. Tenían algo de agua, alguna fruta y mucha audacia. Luego de cuatro días un hombre montado en un camello los salvó.
Pero mientras volaba también escribía. En el año 1926 marcó un giro decisivo en su vida, con la publicación de la novela breve El aviador, en Le Navire dargent de J. Prévost, y con un contrato como piloto de línea para una sociedad de aviación.
A partir de entonces, a cada escala del piloto correspondió una etapa de su producción literaria, alimentada por la experiencia. Cuando se desempeñaba como jefe de estación aérea en el Sahara español, escribió su primera novela, Correo del Sur (1928). Y otras que le sucedieron: Vuelo nocturno (Vol de Nuit) en 1931; Tierra de hombres (Terre des Hommes) en 1939 y Piloto de guerra (Pilote de Guerre) en 1942.
El 6 de abril de 1943 apareció su obra cumbre, “El Principito”, catalogada como una de las mejores creaciones literarias del siglo XX. Ha sido traducida a más de 250 idiomas y, recientemente, a la lengua aymara. Se disputa el título de la obra literaria más vendida de la historia junto con «Historia de Dos Ciudades» de Charles Dickens. La novela que, de manera alegórica, exponía su mirada sobre los hombres, el mundo adulto y una inteligente y filosófica forma de incomodar desde la inocencia de un niño. El libro fue ilustrado por el propio Antoine de Saint-Exupéry.
La astronomía le ha rendido varios homenajes: un asteroide descubierto en 1975 fue nombrado 2578 Saint-Exupéry, en honor al escritor. Otro descubierto en 1993 fue nombrado 46610 Bésixdouze. Traducido al español, sería B-seis-doce.
La Fundación B612 (cuyo nombre es una referencia al libro) se encarga de rastrear asteroides que puedan significar una amenaza a la Tierra. En 2003, la luna de un asteroide recibió el nombre de Petit-Prince, en honor al libro.
Entre sus obras póstumas se encuentran Ciudadela (Citadelle), 1948; Lettres de jeunesse, 1953; Carnets, 1953, Lettres à sa mère, 1955; Écrits de guerre, 1982; Manon, danseuse, 2007; Lettres à l’inconnue, 2008.

Una rosa con Consuelo

El Principito está obsesionado con su rosa, preocupado y ocupado en su asteroide B-612. La rosa lo nutre. En cartas enviadas a su amor, el autor confiesa a “Consuelo” que esa rosa está inspirada en ella, y los que profundizan en su biografía hablan de la salvadoreña como la musa del escritor. Si bien describen la relación entre vaivenes tormentosos e infidelidades, ambos habían decidido volar juntos la vida, a riesgo de estrellarse.
El Principito, a quién según él conoció en uno de tantos viajes aventureros, podría interrogarle, sin renunciar a una pregunta una vez formulada: – ¿Dónde estás Antoine?, ¿encontraste la estrella que se encendía sólo para vos y te ocultas dibujando boas que se comen elefantes? ¿Ya recordaste y recuperaste a tu niño? ¿Quieres domesticarme para ser tu amigo, el que te espera para siempre?
Si nadie encuentra las respuestas a simple vista, no está mirando lo esencial, eso que es invisible a los ojos. Tal vez no tengamos un planeta para ver puestas del sol a cada instante como el que imaginó Saint- Exupéry, pero al menos podemos elegir que “los sombreros” no nos obstruyan la mirada ante una puesta de sol.

Por Gabriela Pereyra, para La Opinión.