Apuntes sobre un poeta elogiado por Neruda
El autor villamercedino de la zamba “La tempranera” fue, además, abogado, músico, crítico de arte e historiador. Amó de tal forma a una mujer que se casó dos veces con ella, la musa que inspiró uno de sus poemas más célebres.
Emma Felce debe haberse sentido dichosa. A su rostro, que juzgó inmarcesible, le cantó su amado esposo, León Benarós, uno de sus poemas más célebres, escrito, dicen los entendidos, en clave metafísica. Una confesión de amor y de cómo ese sentimiento fue fuente de su inspiración: “La luz que alumbra mi palabra de su mirada se sustenta”, selló él, en los dos últimos versos
No es sólo esa creación que publicó en 1944, en una obra que lleva su mismo título –“El rostro inmarcesible”–, la que dio trascendencia a Benarós, nacido en Villa Mercedes el 6 de febrero de 1915. Su zamba “La tempranera”, con música de Carlos Guastavino, fue el himno que animó por años cada festival en Monteros. Esa ciudad tucumana donde habían vivido sus abuelos, adonde fueron de visita sus padres inmigrantes, fue el escenario que eligió el poeta para esa historia de amor adolescente.
La tantas veces cantada elegía a una “niña primera, amanecida flor” muestra cómo el poeta superó, airoso, el desafío que le había puesto su socio artístico y creativo. Hasta entonces, Benarós le entregaba sus versos a Guastavino y el músico les ponía la melodía. Aclaración al margen: el reparto de tareas no significaba que el bardo villamercedino, trashumante, que vivió en varias ciudades del país no supiera templar las cuerdas. Pero un día el maestro le propuso que hicieran al revés, él tenía una música en tiempo de zamba y le pidió a Benarós que le pusiera letra. León la estudió y le sugirió un romance juvenil que situó en Monteros, Tucumán.
“El éxito fue tal durante años, desde la primera versión de los Quilla Huasi, hasta Mercedes Sosa, que fue casi un himno en Monteros, con el que iniciaban los actos populares. Se la enseña como perfecta en acento de letra y melodía”, pondera hoy, con orgullo, Livia Felce, hija del poeta y su amada Emma. Livia recuerda que “en el acto de Maestros del Alma que se hizo en el Centro Cultural General San Martín, de Buenos Aires, en 1996, la cantó el numeroso público”.
Para quien desconoce el valor de la obra del poeta muerto el 25 de febrero de 2012, servirá como referencia lo que dijo el premio Nobel de Literatura Pablo Neruda: “León Benarós le dio al romance su verdadera magnitud, alcanzando un nivel que ni el mismo García Lorca había tratado de profundizar”, afirmó el bardo de Isla Negra.
“Estos romances de los que habla Neruda –acota Livia, entrevistada por “Cooltura”– tienen la autenticidad de que relatan historias y vidas con datos tomados de documentos históricos. Se atienen a la verdad documentada, además de cumplir las reglas del verso y la rima. Esta obra no sólo es tarea de inspiración, sino que en ellos hay conocimiento de los hechos que relata”.
He ahí una mención a otra pasión del poeta, abogado y crítico de arte: la historia. Benarós fue también historiador. Y aunó muchas veces ambas dimensiones de su obra, como en los poemas dedicados a Güemes, al “Chacho” Peñaloza, o el que compuso para Telésfora Castillo, La Telesita.
León, el memorioso
“Lo apasionaba la historia en general, pero la historia argentina ocupaba por supuesto un lugar muy importante, en particular todo lo que abarca la lengua española, con una especial admiración por el Martín Fierro. Él tenía una minuciosa calidad en el análisis y en la búsqueda de información, por eso muchos admiraban sus libros y columnas de la revista ‘Todo es Historia’”, cuenta su nieto, Pablo Kostic. “Recuerdo un encuentro al paso con Félix Luna, donde le preguntaba de dónde había sacado tal información, y León se reía”.
Pablo evoca que su abuelo también tenía fascinación por “la pintura, los cancioneros populares, el campo, los caballos, los pájaros”.
Descendiente de inmigrantes sefardíes, León vivió hasta los 3 años en Villa Mercedes. Luego su familia se mudó a Lomas de Zamora por la enfermedad de su padre, que murió allá. Más tarde vivió en La Pampa y en Mendoza. Pero un lazo afectivo lo unió siempre a San Luis. “En Villa Mercedes –rememora Livia– mi papá tenía dos campos, ‘El Quirquincho’ y ‘El peludo’, destinados al cultivo de alfalfa. Tenía 3 años cuando se mudaron. Más tarde volvió y estuvo en esos lugares que lo marcaron para siempre por su contacto con la naturaleza, el juego al aire libre, el buscar flores, escuchar los pájaros, temas que luego estudiaría con intensidad”.
León “viajó en varias oportunidades a San Luis”. “En 1976 le entregaron el trofeo de ónix de Villa Mercedes que él prometió guardar entre sus cosas más queridas y que aún tengo a la vista. Titi Otazú le hizo varios homenajes en Villa Mercedes y aquí en Buenos Aires, en el Congreso de la Nación, con la presencia de la diputada María Angélica Torrontegui y el senador Adolfo Rodríguez Saá, recibió un homenaje por su trayectoria en noviembre de 2006”, contó su hija.
Había otro vínculo. Para Benarós, el poeta puntano César Rosales era un amigo cercano y querido. “Nos visitaba con su esposa Piedad”, evoca la hija. Ella, en tanto, lamenta no haber estado nunca en San Luis. “Fui invitada cuando se formalizó el plan de lectura León Benarós. Como no pude viajar, grabé en la Casa de San Luis en Buenos Aires una presentación de los libros del poeta, para el acto de inauguración en la biblioteca Rosenda Quiroga, en 2012”, se consuela.
¿Cómo era en su vida diaria un hombre que, por lo demás, llevaba una vida extraordinaria, por su dedicación a la poesía, a la música, a la crítica literaria y a la investigación histórica? “Él vivía su vida sin días, prácticamente todos los días eran iguales, me refiero a que un sábado, o un domingo podía ser igual a un martes. Sus actividades de trabajo diario, visitas, reuniones, no siempre tenían por qué adecuarse a días hábiles o fines de semana. Mi abuela Emma fue muy importante en esto, como se suele decir y en este caso aplica, fue la gran mujer detrás del gran hombre, un apoyo en compensar el trabajo con lo social y en su obra”, recuerda Pablo.
León no simpatizaba con ningún club y no le prestaba atención al fútbol, cuentan sus familiares.
Algo que a Pablo lo deslumbraba de su abuelo era que “tenía un conocimiento y una memoria que asombraba a cualquier mortal, sin exagerar”. “Siempre me recordó –sostiene– al personaje de Borges, ‘Funes el memorioso’, podía contarte con exactas palabras su respuesta en un examen de su juventud, y cosas por el estilo, tanto en el arte como en pequeñas historias o anécdotas de historia argentina”.
Estudioso del folclore, León explicaba que aprendió a conocerlo y a disfrutarlo antes de estudiarlo. En una casona colindante con el campo, en San Martín, Mendoza, donde siempre se armaban guitarreadas, la música tradicional se le metió por los poros. Livia cuenta que “allí conoció a guitarreros, hombres de campo, allí aprendió a afinar las cuerdas y a escuchar a quien le dijo ‘mocito, vos tenés la obligación de contar estas cosas’, cuando improvisaban payadas. Y así fue con el tiempo”.
A los 14 años León ya escribía versos, que guardaba en una carpeta. Cuando conoció a Guastavino, el músico, que ya había leído “El rostro…”, le preguntó si no tenía alguna letra para musicalizar. Benarós le dio “El Sampedrino”. Fue la primera colaboración de una complicidad artística que se extendió por más de sesenta composiciones. “El maestro Guastavino escribía su música sobre la poesía que lo emocionaba, sin cambiar una coma”, dice Livia.
El poeta conoció a Emma en los cuarenta, cuando ella también escribía. “Publicaba cuentos y críticas de libros en la revista Nosotros, amén de escribir novelas para radio, tan populares en esos tiempos». Con Benarós escribieron en colaboración, en 1943, ‘Antiguas ciudades de América’, ‘El Ñandú o avestruz americano’, ‘Los caudillos del año XX’ y ‘Pájaros criollos’, en 1946″, cuenta Livia, que también escribe. El primer volumen de cuentos de Livia, “Historia de Nadie”, obtuvo el segundo premio nacional de la Secretaría de Cultura de la Nación, como libro inédito. Y una vez editado, se hizo acreedor del primer premio Letterario Internazionale Jean Monnet 1999, al libro extranjero, en Italia.
Sus relatos han sido publicados en los diarios La Prensa y La Opinión de Santa Fe y en las revistas Proa y Letras, de Buenos Aires.
León y Emma se casaron dos veces, en Montevideo, el 9 de noviembre de 1950, y en Buenos Aires, el 6 de febrero de 1956. Acaso esa es una muestra del amor que se tenían el lírico ponderado por Neruda y la mujer a la que su amado pintó, en sus versos, con el rostro inmarcesible.
El Diario de la República.