Apuntes dispersos sobre «La Quinta», de Jorge Sallenave

«La Quinta», de Jorge Osvaldo Sallenave, es una novela imaginativa, repleta de guiños y distorsiones fantásticas. A través de nueve capítulos, enlazados por el hilo conductor del paisaje de la quinta, el autor de «Pensión Virgen Negra» nos presenta un abanico de personajes que van de lo doméstico a lo demencial. A medio camino entre la fábula y el realismo mágico, esta obra traiciona cada una de las expectativas del lector para sumirlo en un universo en el que nada funciona como esperamos. El universo pleno de la imaginación. Ofrecemos en este artículo una serie de notas apuntadas durante la lectura de esta agradable obra.

Sallenave, uno de los escritores contemporáneos más renombrados.

Sallenave, uno de los escritores contemporáneos más renombrados.

Nota 1

La historia comienza, por supuesto, con un escritor, Horacio Spunter, quien un día llega a la estancia encantada en búsqueda de un ambiente propicio para dedicarse de lleno a la escritura. A poco de acomodarse, sus creaciones se materializan y empiezan a hostigarlo con visiones cada vez más inquietantes, al punto de que él mismo termina convertido en personaje, víctima de su propia imaginación. El desenlace, hay que admitirlo, es desgraciado. De ahí en adelante asistimos a las historias y fortunas de sus sucesivos ocupantes -el brujo Yñaga, el viudo y obeso bailarín llamado Bruno, Donato Modavel y sus tres esposas, etcétera- para quienes La Quinta asume las innobles características de un Genio sádico y juguetón.

Nota 2

En La Quinta, Sallenave nos enseña que la fábula más grotesca y alucinada puede transcurrir en las lindes de una tranquila residencia arbolada, al pie de las sierras, lo cual no es poca cosa.

Nota 3

A diferencia de muchos de sus comprovincianos, Sallenave no teme abandonar el terreno firme del costumbrismo para adentrarse en las arenas movedizas del realismo mágico, si es que podemos llamar realismo mágico a lo que Sallenave escribe. Es muy probable que la obra de este autor, en particular La Quinta, no sea más que un enorme trampantojo, un paisaje que cobra sentido al ser visto (leído) desde un ángulo o una perspectiva aberrante, aunque este ángulo o perspectiva parecen cambiar continuamente, como la sombra puntiaguda que proyecta un reloj solar. No hace falta aclarar que muchos confunden este paisaje con San Luis, cuando San Luis no es nada más (ni nada menos) que el muro sólido y resistente sobre el que Sallenave despliegue su gran ilusión óptica, el muro en el que sus obsesiones y pesadillas se agitan de un lado a otro como el aleteo de sombras chinescas.

Nota 4

Me arriesgo a considerar que la literatura de Sallenave es deudora del surrealismo, aunque no de aquella heterogénea fraternidad en la que militaban Aldo Pellegrini y Enrique Molina allá por los años treinta, sino más bien de los postulados estéticos de Giorgio de Chirico. Literatura de imágenes surrealistas, no de vocablos surrealistas. Deudora tampoco es la palabra: heredera, tal vez.

Nota 5

¿En qué otra obra de ficción puntana encontramos al mismo tiempo zombis y brujos voladores? ¿En dónde más hay arañas reflexivas, y novias ensangrentadas, y espíritus que asisten al sepelio de su propia envoltura terrenal? Tarea para el hogar: nombrar al menos otra novela donde aparezca un combate feroz entre una alimaña de piel aceitosa (taxonomía incierta) y un oso de felpa. Nota dentro de la nota: el oso de felpa debe resultar vencedor.

Autor de varias novelas y cuentos en San Luis.

Autor de varias novelas y cuentos en San Luis.

Nota 6

Sallenave adopta en esta obra como método compositivo, la invención constante, sobre la marcha (un primo lejano del continuum que postula Aira, autor con el que comparte su gusto por los personajes insólitos) sin tener en cuenta las líneas punteadas existentes entre géneros (o tal vez pisoteándolas deliberadamente), ni mucho menos las expectativas del lector, que llegado a la mitad del libro ya carece absolutamente de expectativas, y no alberga más que la vaga y tenue esperanza de llegar a buen puerto.

Nota 7

Sallenave hace con los puntos de vista lo que Truffaut con la cámara. En un ardid de polifonía narrativa, el punto de vista salta continuamente del personaje principal a personajes absolutamente marginales, como la Voz del aljibe (en realidad, un pozo en desuso), o la araña espía, o los dos perros de Cipriano, o la ráfaga de viento que vive en el sótano, que no son tanto personajes propiamente dichos como pulsiones encarnadas, alegorías de pasiones voluptuosas reprimidas que de pronto cobran vida y amenazan con patear el tablero de las vidas ordinarias.

Nota 8

Es evidente que La Quinta es una metáfora, aunque afirmar esto es no decir mucho, en realidad. Por lo pronto, es evidente que funciona como “campo de batalla” donde convergen fuerzas antagónicas, fuerzas que a priori podríamos identificar con “la violencia” y “el amor”. El amor entendido casi siempre como pulsión erótica, pero otras, también, como comunión espiritual. Y la violencia, que dentro de la novela no es otra cosa que un subproducto del desamor, del amor no correspondido, del amor que de pronto invierte su signo y se hiere a sí mismo, como un cupido beodo que al momento de soplar su cerbatana se traga, sin querer, su propio dardo ponzoñoso. En el medio, como fantasmas errantes, como bastardos, también discernimos al amor violento y a la violencia amorosa.

Nota 9

La Quinta (no el libro, sino La Quinta como personaje) tiene una estructura interna de capas superpuestas, como una masa hojaldre, donde pasiones, sentimientos, e incluso los mismos espíritus de los muertos, siguen habitándola de manera indefinida. Como en el interior de un agujero negro, todo lo que ingresa a La Quinta no vuelve a escapar. Este microcosmos también obedece a un criterio de compensación -como la psiquis junguiana- de suerte que una fuerza nunca puede superar a su opuesta, so pena de provocar un cataclismo que termine por destruirlas mutuamente (que es lo que en apariencia ocurre al final).

Nota 10

«La Quinta» (ahora sí el libro) es una novela caleidoscópica, libérrima, repleta de chispazos de alegría. Sallenave ama a sus personajes y jamás los trata con desdén. Sospecho que también ama al lector. Me gustan los escritores amables, que sueltan sus obras como quien arroja un fuego artificial y se echa para atrás a contemplar el juego de luces. Sallenave, en suma, es el tipo de escritor a quien una disparatada lectura de su obra nunca le resultaría un absoluto disparate.

Revisión a cargo de Míster Blagaich, para Caminos de Tinta.

Fotos: Internet.

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