Viel Temperley, el nadador que hizo de la poesía un mundo
Lejano a los círculos poéticos de su época, como así también a las presentaciones, lo conocemos gracias a una entrevista, a unas pocas tiradas de sus primeros libros que circulaban por las orillas y la edición de su obra completa en 2003. Algunos lo llaman padre; otros, poeta místico a falta de una biografía que al menos diga qué día fue el que murió. Héctor Viel Temperley, el nadador que hizo de la poesía un mundo.
Se la puede ver desde la entrada rodeada de verde y con algunos árboles. Con tan sólo acercarse ya se siente una vibración en todo el cuerpo. Parada en el costado más angosto, junto las manos como si fueran una, estiro los brazos, flexiono las piernas y por un instante no hay más tiempo que el que me separa de la orilla y el agua. Salto. El mar es cielo y para respirar no hay más que sumergirse. Dejarse ir, abandonar el puerto para poder comulgar como el ahogado.
Y entonces la libertad es esa bocanada y el esfuerzo para respirar. Así sale uno de los abrazos de agua que recibe de Viel Temperley con cada lectura, con cada nuevo libro que se termina. Googlearlo es sencillo, descubrir su biografía es como intentar encontrar en el puerto de Buenos Aires al marinero de los cigarillos John Player. Se sabe que murió en 1987 a los pocos días de que Sergio Bizzio lo entrevistara para «Vuelta Sudamericana», es la única entrevista a la que hemos podido acceder.
Viel fue publicista y periodista, un día decidió dejarlo todo y dedicarse a la poesía porque “lo mío tenía que ser todo un mundo”, como le dijo a Bizzio. Y fue esto lo que de alguna manera también lo llevó a ser un “orillero” sin escuela de la literatura argentina, tan custodiada por el canon nacional jerarquizado, zona que también la pueblan autores como Jacobo Fijman y Miguel Ángel Bustos. Evitó presentaciones, encontrar su voz fue desde romper su propia poesía hasta esconderse en ella para ir hacia lo que menos conocía.
Publicó nueve libros, en los primeros -Poemas con caballos (1956), El nadador (1967), Humanae Vitae (1969), Plaza Pabellón 40 (1971)-, se puede ver un “cuerpo ajeno que despega cuando se descalza del propio, de pies a cabeza” y esto es la presencia viva de lo otro, como dice Tamara Kamenszain. Ya en “El nadador” corre la línea difusa del de agua que lo hará respirar, remontarse a sí mismo y descubrir el espejo que no es más que la naturaleza (árboles, piedras, la pampa) que está allí. Siempre la poesía como premonición a lo que le irá sucediendo después al yo, como con Febrero 72- Febrero 73 (1973), libro en el que hará resucitar fechas que actúan como testimonio. Cada brazada es un verso, cada verso es una respiración, cada respiración es la forma de ir hacia el cuerpo que tiembla. En ellos, como en el cielo, un ángel que acompaña y «que me dice esto o aquello».
Encontrar a Viel, y con él aprender a nadar para sacarle al tiempo la ventaja de su fecha, es como soñar con ser marinero o soñar con un marinero se parece a ver esos números en el fondo de la pileta: saber que está ahí, que está cerca pero que no hay por qué alcanzarlos y aferrarse a ellos. Leer a Viel es la vida en un abrazo que no se va, que como esa cuerda que ha tejido el crawl, sigue acá para guiarnos.
Dos poesías seleccionadas de este autor…
Señor, soy el hombre que nada
Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arrollos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.del libro “El nadador”.
Bajo las estrellas del invierno
La liebre que una vez que yo miraba
atardecer -volaban los chimangos!-
salió del sol y se sentó a mirarmeEl pájaro que una mañana
se posó exactamente sobre mi corazón
a una hora en que su cuerpo todavía
calentaba la piel más que el solEl pene entre mis dedos de ese enfermo
al que ayudé a orinar mientras marchábamos
lentamente una noche a un hospital
cruzando playas de estacionamientoLa perra que buscaba a mi pene en la sombra
cada vez que salía para orinar desnudo
mirando las estrellas del invierno
antes de regresar corriendo hasta el colchón
iluminado por el fuego que ardía toda la noche
en los troncos que hachaba con mi hacha todo el díaLa mujer que pedía serenamente auxilio
agitando los brazos y volviendo a nadar
en las primeras horas de una tarde pesada
en que yo con el pan en el estómago
no encontraba a otro hombre en las orillasY todos los metros que nadé por el mar
sin ver jamás a la terrible aleta
Y mi alegría de noche en las ramas de un árbol
oyendo tangos en mi adolescencia
Y mis siestas sentado junto al cajón de un muerto
descansando en la digna frescura de una bóveda
del verano porteño que nos había humilladoHablo de todas las horas y de todos los días
y de todas las estaciones y de todos los añosPero la liebre que una vez que estaba solo
se ubicó exactamente entre el sol y mis ojos
guardando exactamente la distancia
que guarda un ángel que visita a un hombre…Y el pájaro que un día
se posó exactamente sobre mi corazón
lo que es igual a recibir de un golpe
el propio corazón en el lugar exacto
el único lugar del universo
donde es una victoria recibirlo…Y la perra que se acercaba agitando la cola
cada vez que volvíamos a encontrarnos desnudos
y solos bajo el cielo del oeste…En fin…
Brillan los miles de ojos que me miran
Brillan las estrellas del oeste en invierno
Sobre la borda del colchón iluminada por las llamas
me siento arreglo el fuego
leo diarios viejos mientras mi sombra creceSon las tres de la tarde en el reloj
que después del almuerzo se detiene
La noche es larga
Toda la noche sopla el viento
Mi muslo brilla con la saliva de la perra
o entre las piernas de una mujer de buen carácter
desnuda alegre dormida satisfecha
Vuelvo a despertarme cuando quiero
Vuelo a salir al frío y a orinar nuevamente
porque estas noches bebo mucha agua
El fuego hace sudar al que lo cuidaEn fin…
Hice orinar a un hombre
Salvé del mar a una mujer lejana
Y sé que puedo recordar algunos otros
actos de más amor de más corajeEn fin…
Pienso en todas las horas pienso en todos los días
pienso en todos los años sin encontrar mi imagenPero una liebre un pájaro una perra
me miraron a los ojos al corazón al sexo
como creo que sólo me miró también el mar
una madrugada de verano en que vagabacon una pistola en el puño sin tener dónde afeitarme
del libro “Legión Extranjera”.
Nota para Caminos de Tinta: Emma Shoshanna.
Fotos: Internet.