“Relatos muertos” o lo simple de la observación

Alguna vez en la niñez (muchas veces), en los recreos escolares, comí caramelos fizz. Recuerdo con claridad la sensación que empezaba en la boca y se trasladaba a la nariz. Si la apuesta era arriesgada, se ingerían dos o tres caramelos. Entonces eran los ojos quienes testificaban el poder ácido combinado con la dulzura. Por instantes experimentaba una cuota de intensidad y riesgo que en para un niño es tema muy serio. Claro que sí.

Días atrás llegó a mis manos un libro, una edición de 2017. Se llama «Relatos muertos» su autor es Maximiliano Contreras, alguien de quien ya hablé en este espacio. Es un libro de relatos, de cuentos. Pero no es un libro de microficciones, tienen otra estructura. Lo importante es leerlo, tomarse el tiempo para leer cada una de las historias que aparecen en sus páginas, solo así se empieza a entender lo que el autor nos propone desde su lugar.
“Hace algún tiempo decidí dejarme llevar un poco más y empezar a contar cosas; las cosas, yo creo, van y vienen, y uno las ve en la calle y en todos lados, entonces, de repente, las tenemos que decir o contar o narrar, no sé cuál palabra sería la ideal, uno dentro de todo no sabe nada, en fin…”
Con tales palabras a forma de prólogo Maximiliano nos avisa de qué va el libro, y realmente no nos miente y mucho menos decepciona, puesto que logra pintar la realidad que lo circunda sin ningún tipo de complicación o artilugio propios de la gramática. Los relatos que encontramos están construidos a partir de la observación detenida y consciente, porque quizás todos tenemos la capacidad o la voluntad de mirar lo que pasa en nuestro barrio, en las calles que caminamos o los lugares de trabajo. Pero hay que dedicar un tiempo a escribir las percepciones, los acontecimientos; y entonces es ahí donde este joven autor hace su camino: en la simpleza.
Las oraciones son simples y amigables y no por eso descalifican la inteligencia del lector, de hecho, es todo lo contrario. Desde el primer párrafo comprendemos la cotidianidad en la que vivimos, pertenecemos y participamos en momentos que mueren y nos urge capturar algo de ellos. La prosa de este coloniano nos ayuda a recabar las situaciones que a veces pasan desapercibidas, es como vuelve una invitación a disfrutar de la vida misma, esa que no aparece en los medios de comunicación.
Otro micro el de las seis y cuarto
– ¡Qué cara de pajarito muerto que tenés! -le dijo, sin adivinar qué le sucedía.
Era un hombre alto, de bigote, tenía un gorro azul tejido con lana semigorda. Pareciera que había hablado como impulsado por algo. En un micro uno hace amistad con el compañero de asiento, ya sea una mirada, una charla o, simplemente, un reojo.
Uno de los relatos muertos. Una muestra de su comienzo. Leí veintiuno de los venticuatro relatos del libro en la enorme y terrible espera de un Banco, estaba allí por unos trámites, esos que siempre nos toca hacer en los días laborales. Sentía una grata compañía al encontrarme en las páginas, entendí otra vez que la literatura es ese lugar en el que me siento más cómodo, donde converjo con otros que está atrapados en la rutina del lunes al viernes.
El viaje a Córdoba
Siempre dije que yo nací dos veces, la primera que no me vi salir de mi mamá y la segunda, cuando fui a Córdoba, me gané el viaje en una rifa. Digo que nací dos veces porque en ese viaje conocí el amor de una mujer grande, es decir, de más de cincuenta, por eso digo “grande” -no se bien cómo clasificarla, porque casi es de la misma edad que mi mamá-. La señora se sentó a mi lado en el micro “permiso, voy al baño, señora, permiso”. Supe, desde ese día, que no le gustaba para nada que le digan señora.
– Soy señorita, nunca me casé ni lo pienso hacer, andá a mear y volvé, que vamos a hablar.
Es muy fácil suponer que por cada descripción que hice de los cuentos (a Maximiliano no le gusta cuentos, entiendo que prefiere relatos) se concluya en que no hay sorpresas. Bueno, sí hay elementos que nos pueden descolocar. Pero no en el plano de la literatura fantástica, sino en los parámetros de la estética realista. Estas pequeñas historias deben ser ubicadas en la tradición naturalista, y si bien los trazos abundan en descripciones ambientales y situacionales, lo perfiles psicológicos están bastante bien logrados. Es fácil reconocer un personaje neurótico o un psicótico.
No sé esta vez por quién jurártelo
– Como te dije, amiga, yo parezco tener un imán para los boludos, anoche, cuando me fui de tu casa después de las pizzas, me tomé un taxi porque creo que es mejor. A veces, camino por la calle y cuando doblo en la San Lorenzo, siento como que los que van atrás de mí me miraran el culo y, seguramente, de las veces que escuché silbidos, la mitad no fueron, pero yo los sentía, no sabés qué feo. Me subí al taxi y no te miento, pero el hombre, el taxista, un muchacho de treinta, porqué le pregunté la edad para distraerle los ojos, me miraba por el espejo retrovisor, no te miento.
– A ver, esperá que voy a buscar la pincita de depilar, no voy a salir con este pelo acá. No me grités, si ya voy.
En la literatura actual se confrontan muchas variables resultantes de los lenguajes instantáneos: las redes sociales, el cine (que lo viene haciendo desde el siglo pasado), las distintas plataformas de consumo de contenidos. Jorge Luis Borges mencionaba:
“Gibbon observa que, en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que, si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán, bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma, y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes; eran para él parte de la realidad, no tenía por qué distinguirlos;”
Pues bien, la escritura de este tunuyanino de Colonia Las Rosas, tomando la observación borgeana, no necesita mencionar los lugares en que se sitúa, ni realidad material que la rodea. Sabemos, con solo leerla, que es un paisaje acabado de Mendoza en la era digital.

Nota: Federico Menseguez.

Fuente: Anatomía Urbana.