El autor de la novela “Crímenes imperceptibles”, que el director Alex de la Iglesia llevó al cine y a la cima, dialogó con Cooltura y adelantó una continuidad de aquella obra que piensa terminar a fin de año.
Cuando Guillermo Martínez habla, no puede dejar de lado su retórica de profesor universitario: ejemplifica, explica, detalla, todo de forma minuciosa y amena. Transcurrió buena parte de su vida en los pasillos de la Facultad de Matemática de la Universidad de Buenos Aires, es doctor en Ciencias Matemáticas, pero hace años que se entregó, súper cómodo, a bucear en los océanos de la literatura. A sus 55 años, el escritor nacido en Bahía Blanca se puso a trabajar en una secuela de su exitosa novela policial “Crímenes imperceptibles”, editada en 2003, y se prepara para poder terminar los primeros borradores a fin de año y volver a cautivar a los amantes de la narrativa policial.
“Es con los mismos personajes que transcurre la anterior novela y, nuevamente en Oxford, Inglaterra. Como si fuera una nueva aventura, una continuidad en el sentido que son los mismos personajes pero bastante diferente en el tono, en la clase de enigma”, adelantó. Si bien confesó que tiene pensado el título, no quiso revelarlo aún. “Si todo va bien, puede que termine un primer borrador este mes y quizás a fin de año pueda hacer las revisiones”, comentó.
“Crímenes imperceptibles” ganó el premio Planeta Argentina y fue traducido a 38 idiomas. La historia surgió en la bella y universitaria ciudad inglesa y no por una simple casualidad. Martínez desembarcó allí para cursar un post doctorado en la prestigiosa alta casa de estudios tras haber sido becado por el Conicet, y quedó fascinado con los aires que respira esa localidad que conjuga iglesias, viviendas, comercios y cementerios, todos en una misma cuadra. “Había vivido dos años en Oxford en los que no pude escribir porque estaba ocupado en estudiar para la beca. Me quedé con la sensación de que fueron años perdidos para la escritura y cuando me volvía se me ocurrió una novela policial que tuviera ese ámbito de una tensión interesante entre la pulcritud del lugar, el tiempo, es como una especie de isla en el tiempo y el contraste con lo que podrían ser crímenes. Por ese entonces me hablaron de la posibilidad de subir una novela por entrega que aparecía en los periódicos pero el proyecto quedó anulado en el portal educ.ar y, como ya tenía la idea, decidí escribirla en toda su extensión y no como una nouvelle. La escribí con un mapita de Oxford”, reveló con una sonrisa.
Cuando salió el libro fue a parar a las manos de Gerardo Herrero, de la reconocida productora española Tornasol Films que obtuvo galardones por piezas como “El secreto de sus ojos”, la película de Juan José Campanella. Al leerlo, se fascinó. “Es un gran lector y casi todas sus películas están basadas en novelas. En el verano de 2004 leyó la mía y en una conversación inicial que tuvimos la idea fue hacer la película. Yo solo pedí que fuera en Oxford”, contó Martínez.
A medida que fue tomando forma, llegaron las sorpresas: ninguno de los dos imaginó que iba a rodarla el director Alex de la Iglesia, compatriota de Herrero y conocido por películas como Crimen Ferpecto, El día de la bestia, Las brujas de Zugarramurdi, entro otros títulos, quien asumió la tarea de llevarla a la pantalla grande cinco años después. El proyecto arrancó como una odisea aunque finalmente llegó a buen puerto.
“De la Iglesia consiguió a John Hurt (el artista británico ya fallecido que interpretó, entre otros films, Expreso de medianoche y Alien, el octavo pasajero), el proyecto fue creciendo más allá de lo que pensábamos. A último momento consiguieron a Elijah Wood (el protagonista de Frodo, el hobbit de El señor de los anillos). Fue milagroso cómo se encadenaron una cantidad de cuestiones porque la película estuvo a punto de no hacerse ya que el actor masculino que había pensado la productora decidió esperar otras propuestas de Hollywood y ellos ya
habían pagado el seguro, habían movilizado gente. Tornasol estuvo a punto de quebrar y apareció Elijah que fue muy bueno. Fue curioso cómo se concatenó todo”, recordó aliviado el escritor.
Una vez concretado el proyecto, un atractivo combo de actores más el director, en la pantalla tuvo gran aceptación en la madre tierra. “Fue la película más taquillera de ese año en España, tuvo un montón de espectadores. Me gustó la lectura diferente, filosófica en el final, me resultó como una variación interesante que pensó Alex de la Iglesia. El final me gustó, y la escena inicial que tiene que ver con Wittgenstein (uno de los personajes) sobre la vida, las teorías”, señaló.
La experiencia de trabajar con un cineasta de la talla del hombre de Bilbao fue reconfortante para Martínez. Y mantiene un recuerdo muy grato de él. “No lo conocía, pero él tuvo una actitud muy generosa: en España me dieron el premio Mandarache, que votan los estudiantes secundarios de Cartagena para el que leen tres novelas policiales al mismo tiempo y las votan. Para la entrega me llamaron a mí y también invitaron en secreto a Alex y fue quien me entregó el premio. De paso conversamos sobre cómo iba a ser la película, que en ese momento estaba con eso. Tiene unas películas como Crimen Ferpecto y Las brujas… que son maravillosas”, sostuvo.
Escritura, clases y facultad
Guillermo fue profesor en la UBA durante muchos años pero hace 12 que se retiró de los salones. Hasta fines del año pasado dictó talleres literarios en una maestría en Escritura Creativa aunque se rehusó a pensar su rol como el de cuando estaba en la facultad. “Es más como dar opiniones, no estoy develando verdades ni demostrando teoremas. Es más laxo. Los alumnos tienen que escribir, se supone que ellos deben poder imaginar una historia, narrarla, encontrar el punto de vista adecuado, sólo que hay un corpus de lectura más amplio. Se lee pero no a la manera de la carrera de letras para establecer afinidades generacionales o múltiples interpretaciones; sino que se lee más como un escritor: tratando de percibir trucos, encontrar recursos, darse cuenta cómo lo maestros de la narrativa adjetivan, el tempo, se mira la literatura de manera constructiva”, aclaró.
Entre las destacadas obras de este talentoso bahiense, además de sus libros que llegan a la docena, escribió varios artículos para el diario La Nación, unas cincuenta reseñas en total, también para Clarín y Página 12. Esa labor realizada lo alegra y enorgullece. “No todos los escritores pueden además desempeñarse como periodistas, para mí era triste que sólo se conocieran los escritores que tenían un lugar en el periodismo cultural, de hecho yo no empecé así. A mí me llamaron después de publicar los libros. Antes había una idea de primero hacerse una firma y después publicar, pero yo creo que si alguien escribió una gran novela todos deben enterarse, mas allá si es un zapatero, un repositor o el hijo de alguien”, aseguró.
Tiene cerca de veinte años narrando. Y demasiadas experiencias ligadas a ello. El año pasado, en diciembre, la comisión organizadora de la Feria del Libro de Villa Mercedes lo convocó para que encabezara varias charlas en el auditorio principal del teatro “El viejo mercado”, en la Casa de la Cultura. Los temas de Martínez fueron tres grandes amores: Borges, las matemáticas y el policial. “Borges y la matemática (como el nombre del libro publicado en 2003) es un tema de mis charlas muchas veces. Creo que tengo un formato que se puede adaptar a distintos públicos y puede decidir la profundidad con la cual hablar del tema, me resulta maleable. El otro, Las trasgresiones de la narración policial, me pareció interesante para quienes quieren escribir no sólo para la lectura de una novela de ese tipo sino para la escritura. Tiene que ver con un artículo de Borges, Las leyes de la narración policial. Ahí descubrí que además de las seis leyes que enuncia, creo que se pueden enunciar otras seis más. Pensé en la tensión de las leyes del género y las delicadas infracciones que requiere el policial, se enfrenta a una tradición bien fundada y con una rigidez que va adquiriendo el género a medida que se va tocando más y más. Eso es un desafío para el escritor de la manera en la que puede transgredir esas leyes. Ni ajustarse es lo más interesante pero tampoco transgredirlas todas. Saltar el piso o el obstáculo de la tradición”, apreció.
En cuanto al rol del escritor por estos días, Martínez delineó algunos puntos en comparación a la década del 90 en la que debutó en los estantes y vidrieras de las librerías del país. “Hay algo así como una preocupación permanente dependiendo del momento en el que está cada escritor. Para muchos la preocupación es dónde van a publicar, aunque hubo una explosión de pequeñas editoriales a partir del cambio de política de los 90. Yo empecé a publicar en ese entonces, en el que había muy pocas editoriales y con muchas restricciones a las colecciones de escritores argentinos. Después de la crisis de 2001, de pronto apareció la oportunidad de un mercado interno, con el que se abarataron los costos, el libro extranjero era más costoso y por eso no se traducía tanto, y hubo algo en el orden de lo tecnológico ya que con los programas de edición cualquiera podía tener su editorial propia. Así aparecieron como 20 que eran independientes y eso facilitó que haya dos o tres generaciones, después de la mía, que accedieron de una forma rápida a la publicación. Pero esa proliferación también hace que aunque todos publiquen haya poca visibilidad. Todos conviven y, aunque es democráticamente interesante, a veces oculta en la cantidad. Hay un boca a boca de grupos pequeños y es difícil que sean visibles salvo que tengan un premio”, analizó.
En este sentido, situó la importancia de las ferias de libro, como la villamercedina. “Son importantes para que nos conozcamos los escritores. Allí me voy con un libro, sé a quién hay que leer. Eso antes se mediaba más con los diarios, con los suplementos o las revistas literarias que ya casi no hay. Igual me parece más sano esto. Antes había amiguismos en las publicaciones y prefiero que esté todo a la vista”, se sinceró.
Dentro de sus influencias más preciadas están el escritor americano Philip Roth, ganador de un premio Pullitzer, y el británico Ian Mc Ewan. “Siempre los recomiendo junto con las nouvelles de Henry James. En general la gente conoce las de fantasmas, pero tiene otras que son maravillosas como “Los papeles de Aspern”, “La lección del maestro”, “La figura del tapiz”, que son relativamente breves y muy buenas”, expresó.
A la hora de relajarse para sumergirse en las ficciones, Guillermo elige tanto piezas de autores extranjeros como de sus compatriotas. Y una peculiar manera de seleccionar con qué entretenerse. “Tengo lo que llamo el método diagonal de Cantor (su colega Georg Cantor, un matemático), no puedo leer todas las novedades de la literatura argentina o los libros de la filosofía de la matemática que también me encanta, sino que voy alternando: leo un clásico o algún autor que sigo como Roth o Henry James. Me hablaron de chicos jóvenes con novelas prometedoras y después están las novelas que publican los amigos. Siempre leo algo de filosofía de la ciencia, alguna novedad. Una de las últimas que leí fue El absoluto, de Daniel Guebel, y La hija del critptógrafo, de Pablo de Santis. He leído varios libros argentinos y estoy con uno de filosofía muy minucioso, profundo, de una argentina que es Mariana Dimópulos, que se ha dedicado al estudio de Walter Benjamin, su libro es Carrusel Benjamin, que estoy casi estudiando”, comentó.
Martínez, como buen docente con una gran formación, no deja de alentar a incursionar en los libros y confesó que busca que su hija adolescente, de 12 años, lea algún libro antes de dormir. “La literatura tiene algo peculiar que no tienen las demás artes: la imaginación que debe desarrollar el lector. En el cine está puesta la cara del actor y es eso, nada más. En cambio la literatura es bidimensional, en la forma de representar. En la literatura uno tiene que crear mucho más, la experiencia de la lectura es de una artística peculiar, no es la del cine ni la de las artes visuales, es otra cosa”, consideró. Habrá que hacerle caso y ponerse a hojear algún ejemplar de los que esperan en la biblioteca del living.
El Diario de la República.