No me cuentes tu vida porque sí
The New Yorker. La prestigiosa revista estadounidense analiza el declive del género que marcó la comunicación online en inglés durante la última década.
Las historias en primera persona marcaron la última década de la comunicación online. El tono se volvió tan popular en medios escritos en inglés, que sitios como Salon, BuzzFeed Ideas, The Toast y The Awl, entre otros, contaron con editores especializados en el «ensayo personal». El fenómeno, sin embargo, parece haber encontrado un techo. Y según algunos expertos, ese sería otro de los cambios debidos a la era Trump.
«El género que definió parcialmente la última década de Internet esencialmente ha desaparecido», afirma Jia Tolentino en The New Yorker, condenando el amarillismo de «una clase específica de ensayo ultra confesional, escrito por una persona sobre la que jamás escuchaste hablar».
Así, convivieron en la Web, la potencia emocional y narrativa de una bitácora existencial como aquella en la que el crítico y artista británico John Berger narró en Ñ la recuperación de su mirada tras una operación de cataratas y la sobredosis de minucias inconducentes como «Diez días en la vida de un tampón», publicado en Jezebel.
En su muy recomendable análisis, Tolentino desmenuza su propio camino y lo enriquece con datos y opiniones de profesionales que explican el apogeo de estas piezas como resultado de una tendencia que combinó el deseo de crecer de periodistas y escritores principiantes y la necesidad permanente de contenidos de los medios digitales (sobre todo, los centrados en el universo femenino). A ese mix se sumó la falta de presupuesto y la estrategia de lograr ingresos aumentado las entradas (clics) con títulos-anzuelos que explotaron la sed de intimidad que ya habían develado blogs y plataformas sociales.
Las elecciones de noviembre de 2016 que llevaron a Trump a la presidencia de los EE.UU. parecen haber cambiado la ecuación. «Nos perdimos la historia», sienten algunos, por el énfasis de los medios en dar cuenta de «cómo se sentía la gente», en lugar de invertir en periodismo de calidad y ver qué estaba pasando. En la situación sociopolítica actual, concluye la autora, un regreso a la perspectiva comunitaria («animar al público a hablar de otra cosa que de sí mismos») se ha vuelto imperiosa.
Mientras se debate el fenómeno en relación con distintas formas del periodismo narrativo («si quiere decir historia sin fuentes, que me borren», azuzaba Miguel Ángel Bastenier , maestro del oficio), grandes medios como The Atlantic o el mismo New Yorker siguen reservando a la primera persona espacios destacados (Clarín lo hace cada sábado en la sección Mundos Intimos). Porque no es el género lo que se pone en el banquillo sino su banalización y la explotación abusiva de la falsa cercanía.
Un abordaje intimista no es gratuito ni superfluo cuando lo fundamenta la envergadura u originalidad documental del testimonio. Cada hombre contiene en sí mismo toda la condición humana, postulaba Montaigne, santo patrono del ensayo, en el siglo XVI, y no es menos cierto en el XXI.
Siempre habrá artículos memorables que al decir “yo” trasciendan la infidencia y el chisme para invocar un “nosotros” tácito y compartir o denunciar con hondura inusitada el horror, el deseo, la pérdida, el miedo, la pasión, el desatino… y demás vivencias de otro modo inaprensibles. Escribirlos es un desafío estimulante; leerlos, una experiencia voltaica y enriquecedora.
Fuente: Clarín