Los Anello cumplieron el sueño de estar cien años en la vidriera
En 1917 empezaron su trayectoria comercial con «la despensa de cuyo». A partir de 1946 se transformó en una librería, que todavía está en la esquina de Colón y Belgrano.
El cartel que aún se lee arriba de la vidriera dice: “Librería Anello 1917. La esquina de la Cultura”. Este año la familia transita sus cien años como comerciantes de la ciudad de San Luis que además de un logro comercial los convierte en uno de los apellidos más importantes de la comunidad.
Quien llevó a la fama a los Anello fue don Pedro Felipe, el librero que desde 1946 se dedicó a ese menester de llevar la cultura a cada hogar de la ciudad. El 3 de noviembre del año pasado falleció cuando había cumplido 91 años. Y aunque tenía muchas esperanzas de festejar el centenario parado con su elegante bastón en el centro de ese salón al que miles de puntanos entraron alguna vez a buscar una ilusión de cien hojas encuadernadas, hoy sus descendientes tienen sobrados motivos para festejar en su nombre.
Don Anello contaba que el primer comercio fue de sus padres, Felipe Anello Amodeo y Ana Bardaro Castellino, que empezó a funcionar en 1917 en la esquina de Rivadavia y Balcarce como “La Despensa de Cuyo”. Después se mudaron a un local de Rivadavia entre Belgrano y Pringles; más tarde a Colón y Pedernera. Y a la tradicional esquina de Belgrano y Colón, donde nació el viejo librero, llegaron en 1923”. Los libros religiosos fueron los primeros en llegar en 1946, después los escolares y más tarde don Pedro Felipe entabló relación con el resto de las editoriales para que las novedades poblaran sus estanterías.
Ahora otro Anello sigue sus pasos: su hijo Pablo (48 años), quien de chico lo acompañaba detrás del mostrador y en los últimos años es la referencia de todos los que necesitan comprar un libro. “Antes le decíamos la esquina porque justamente la puerta de entrada al local era donde se juntaban Colón y Belgrano. Incluso las marcas del ingreso todavía se ven en las paredes. La escalera no era ésta, sino que había una tipo caracol que llevaba a la planta alta. Y después cuando se modificó la calle Belgrano y se bajó el cordón, como teníamos problemas porque se nos metía el agua después de las lluvias, tuvimos que poner la entrada sobre Belgrano como es ahora”.
En la década de 1980 también tenían papelería y algunos juguetes didácticos, hasta que la familia le vendió ese servicio a otro integrante que la instaló como “Papelería Anello” en la esquina de Pringles y Colón. Pero después de un tiempo pasó a llamarse Papelería San Jorge.
Pablo también recordó que en una época su padre instaló en una parte del local las golosinas: “Y ahora todos esos frascos exhibidores quedaron en buenas manos en la Iglesia San Roque porque mi padre era muy amigo del histórico párroco que fue el padre Rezzano. A tal punto se conocían que cuando eran jóvenes hicieron teatro juntos. Mi padre contaba que le había tocado hacer de San Pedro y de diablo; y en el pesebre viviente que se hacía en el Colegio Nacional una vez fue Baltazar, el rey mago negro”.
El menor de los Anello dijo que “a mi viejo todo San Luis lo recuerda trabajando y yo también. Cuando yo tenía 5 años me acuerdo que corría por la librería y él estaba en el salón atendiendo o estaba sentado en la máquina de escribir. Pero a trabajar en serio fue a los 13 años que empecé. Primero lo acompañaba a él y le daba una mano sobre todo a principio de año cuando más trabajo tenía porque se vendían muchos manuales escolares. Pero nunca fue una exigencia de mi padre, sino como una forma que él tenía de que jugando yo aprendiera el oficio”.
Aunque hubo un momento en la vida de la familia que cambió para siempre su futuro. “En el año 1984 mi madre tiene un golpe de presión, pierde la audición de un oído y eso le provoca la pérdida del equilibrio. Mi padre se la lleva a Buenos Aires y yo me tuve que hacer cargo del negocio junto con mi hermana, María Lucía, durante dos años”. Hoy ella tiene su propio comercio de papelería escolar en Belgrano 805. En 1986 su madre, Noelia del Tránsito Véliz, mejora de su salud y junto a don Felipe se van a recorrer Europa porque querían conocer la casa de sus padres y así llegaron hasta Sicilia.
Aunque Pablo confiesa que le gusta mucho el campo y que su sueño era estudiar veterinaria, “reconozco que mi padre me contagió este oficio de librero que es distinto a ser vendedor de libros. Los libreros saben de qué trata cada libro aunque no los hayan leído a todos. Porque cuando un cliente solicita un título, uno tiene que saber qué está pidiendo y hay que saber asesorar a los que buscan regalar un libro y no saben cuál. Ese gesto es algo muy personal”. Pero enseguida aclara: “Ahora se me volvió una pasión”.
Cuando se cumplió el 80º aniversario, la familia hizo un festejo para homenajear al abuelo Felipe, su esposa Ana y don Pedro Felipe: “Porque yo soy de los que creen que los homenajes hay que hacerlos en vida. Nosotros hoy sólo somos portadores de un apellido y conforme vaya pasando el tiempo tenemos que seguir manteniéndolo con el mismo respeto y orgullo que tuvieron ellos. Además nos enseñaron que debíamos ser honestos, trabajadores y hacer mucho sacrificio porque estar detrás de este mostrador no es para cualquiera, aunque es lo que uno eligió”.
Fuente: El diario de la República