La tercera charla de una serie que propone el sello independiente «Editorial Perniciosa» con el «Ciclo 40 años de literatura argentina: los márgenes del canon», saca el polvo de los libros y, a esta altura, ya no es una novedad.

El mirocine de Centro Cultural «José La Vía» desde mayo se ha visto invadido. La generación de la espontaneidad ya lo había prometido: hacer oír sus gritos, cometer parricidio las veces que sea necesario y quizás un poco también, como César Aira, vapulearnos, con cariño y humor, y movernos un poco de nuestra condición de lectores crédulos y tontos.
La tercera charla de una serie que comenzó el 10 mayo (primera que presentaron fue sobre Perlongher y Thénon y la segunda sobre Piglia), no dejó escapar de nada, desde Soda Stereo y el culto al cuerpo hasta Wong Kar Wai, desde Grüner hasta Patti Smith. Del análisis a la anécdota y al revés. Esta vez le tocó a César Aira.
Previo a esto, Marcos Freites secuenció en cuatro períodos de la inmensa obra de Aira. Una primera etapa centrada en el siglo XIX y que se ubica en la pampa y la llanura; una segunda etapa, a mediados de los 80, a la que denominó como «autobiográfica» donde aparecen muchos personajes que se llaman César Aira y que se desarrola en Coronel Pringles; una tercera etapa, ya anclada en Flores, en la que habla sobre la realidad de los 90 y donde las novelas «funcionan como una especie de teoría sobre estética». La última es la de los cuentos de hadas que se desarrollan en lugares exóticos.
El trío a cargo tuvo su primera estocada con la contextualización de Mariano Suárez, dictaduras latinoamericanas y neoliberalismo, la mercantilización hasta de las ideas, sumados a la idea del fin de la historia y la caída del relato termina de pintar la posmodernidad. Sin respirar vino la segunda: Matías Lucero habló del método de escritura de Aira, le puso el título de «improvisador de las letras», porque escribe «a partir de la improvisación no la inspiración. Deja entrar al libro en un vaivén vertiginoso, y como lector te envuelve en una magia totalmente irreal». Para refirmar esa premisa se valió del primer capítulo de «La costurera y el viento», ya que para Lucero no es más que «un retrato de su alma como escritor». A esto le sumó algunas ideas de «Yo era una chica moderna».
Para ir cerrando el triángulo, Marcos Freites, sin quererlo, hizo casi una lista de las razones para leer a Aira. Entonces, contó que Aira es uno de los pocos a los que no le interesa la función social del escritor como ir a congresos. “Otra de las constantes en Aira es la mezcla de la alta y la baja cultura”, pero también “buscar elementos que sea cotidianos y que sean de alguna manera, una puerta de entrada al mundo la ficción”. Explicó que su primer libro está «escrito en clave parodia, parodia el siglo XIX». Mientras que la etapa en la que ellos hicieron foco (la tercera) hay “gestos de la posmodernidad: el fin de la historia, que las novelas literarias, influencias sean extraliterarias”.

Cuatro fueron los períodos y cuatro las estocadas del trío. “Eso son las novela de Aira. La extrañeza y la locura absoluta en un marco espacial y temporal muy reducido. Y cuando la locura termina, la novela termina”, fustigó Lucero y Freites no se quedó atrás: «Se desliza en esa fina cornisa a veces entre lo cursi, otra veces entre el desastre. Cómo podemos escribir un novela de hadas en el 90 y que funcione, ‘La princesa primavera’, por ejemplo”. Así, vapuleando, el mirocine también fue invitado a el enrarecimiento de un martes cotidiano, pero también a reflexionar sobre el papel del lector. Revivir la crisis del pacto de ficción en Aira se puede en cualquier lado, incluso en San Luis.
Nota: Emma Shoshanna para Caminos de Tinta.
Fotos: Internet.