A 120 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, escritor bisagra para la cultura argentina y universal, se vuelve necesario rescatar una vez más sus aportes.

Abordar la obra de Jorge Luis Borges (1899-1986) desde la crítica literaria, constituye un hábito repetido; pero no por ello, evitable. El más profundo, universal y creativo de los escritores argentinos, resulta aún (a 120 años de su nacimiento, y a 33 años de su muerte) un autor que demanda lectores lúcidos, voraces, curiosos e inconformistas.
Borges no admite lecturas superficiales, ni elogios condescendientes que, apenas, sobrevuelan la genialidad de un creador inimitable.
La complejidad reside en la postulación del concepto universal, que en el autor de El Aleph, trasciende toda creación propia para insertarse y convivir con el universo de otros autores, otras voces, y otras páginas.
Es apropiado entonces el juicio de Harold Bloom (1930-), autor del Canon Occidental y quizás el crítico literario más importante de los últimos dos siglos, cuando define aspectos del Borges ensayista.
… “En un cierto sentido Borges no escribió ensayos de peso; casi todos son cortos, como sus cuentos. Dos excepciones son Historia de la eternidad (1936), que condensa la eternidad en 16 páginas, y Nueva refutación del tiempo (1944-47), que sólo ocupa quince páginas. Ambos son magníficos pero no han significado tanto para mí como muchos sueltos y fragmentos breves, de tres o cuatro páginas, entre los cuales destaco Kafka y sus precursores (1951), de dos páginas y media, y una frase que ha sido crucial para mí: ‘El hecho es que cada escritor crea a sus precursores’. Borges era un idealista literario a ultranza que creía que las polémicas y las rivalidades no desempeñaban papel alguno en el drama de la influencia, cosa con la que yo no estoy de acuerdo. Y sin embargo Borges bien podría ser único en su género, pues sus precursores escribieron en inglés y en alemán y él, en español. De Quincey, Chesterton, sir Thomas Browne, el ineludible Edgar Poe, Robert Louis Stevenson, Walt Whitman y Kafka influyeron con más fuerza en la obra de Borges que Cervantes y Quevedo. Los precursores de Borges (él nos lo advierte) son innumerables: en sus poemas oímos ecos de Robert Browning que son sólo un poco más débiles que los ecos de Whitman, y a veces me parece que el más cercano a él de entre los escritores españoles era Unamuno. Surge la tentación de un laberinto borgeano pero prefiero ignorarlo: al fin y al cabo fue Borges quien nos enseñó que Shakespeare era todos los hombres y ninguno, lo cual significa que él es el laberinto vivo de la literatura”.
Existen autores en los que la trama se impone a la forma: Víctor Hugo (1802-1885) y Fiódor Dostoyevski (1821-1881) quizás sean un ejemplo acorde a este ejercicio; para otros, la forma define a la trama: Edgar Allan Poe (1809-1849), Franz Kafka (1883-1924), o Charles Baudelaire (1821-1867), equilibran la balanza de los estilos hacia la pulcritud técnica. Bloom propone la discusión de un Borges que expone la genialidad ajena, sin que disminuya una línea la genialidad propia. Borges, tamizado a través de la crítica, mejora y exalta a sus precursores, los hace mejores e imprescindibles. Es cabal la afirmación de que Poe, Kafka, Henry James (1843-1916), Chesterton (1874-1936), y hasta los más “díscolos”, Cansino Assens (1883 -1964) y Macedonio Fernández (1874-1952), alcanzan otra categoría a partir de la vindicación borgeana. Bloom deja unas líneas memorables en este aspecto:
“Cualquier obra literaria lee de una manera errónea -y creativa- y por tanto malinterpreta, un texto o textos precursores. Ello no obstante, los grandes escritores poseen la inteligencia de transformar a sus antecesores en seres compuestos y, por tanto, parcialmente imaginarios. La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles, pero estimula al genio canónico”.
Un ejemplo puntual de esta consabida virtud de Borges puede hallarse en la despojada interpretación que hace del cuento Ante la ley, de Kafka; en la que apenas tres renglones le bastan para desnudar toda la trama de un relato que al genial escritor checo, le implican la tediosa labor de 388 palabras y 3.302 caracteres.
El peligro acecha, sin embargo, tras este quirúrgico manejo del lenguaje: Horacio Salas, uno de los primeros biógrafos de Borges y primer jurado de narrativa de las recordadas Becas Arte Siglo XXI (BAS XXI) de San Luis, solía decir que la enorme y precisa utilización del lenguaje, por parte de Borges, podía convertirse en un límite insalvable para cualquier escritor (sobre todo los argentinos), que navegara en las mismas aguas de la escritura.
Es memorable (aunque discutible) la frase que Witold Gombrowicz (1904-1969), les grita a sus seguidores, en Buenos Aires, desde la escalinata del avión que lo llevaba de regreso a su Polonia natal.
Gombrowicz fue un notable novelista y dramaturgo polaco-argentino, que vivió en este país durante 24 años, fue candidato al Premio Nobel de Literatura, “disfrutó y sufrió”, del influjo magnético y brutal de Borges. Lo amó y lo defenestró como decenas de colegas. Lo soñó, lo padeció y terminó por adoptar el mismo humor cínico que distinguía a Borges.
La frase que sugería un homicidio irrealizable, propia de una trama infinita, era la respuesta de un genio, ante la pregunta naif y aduladora, de sus colegas escritores:
— ¡Witold! ¿Cómo hace la literatura argentina para crecer aún más?
— Maten a Borges.
Gombrowicz redujo a tres palabras puntuales, lo que a inicios de los 60, era una verdad que el mundo entero conocía: la literatura argentina, empieza en Borges.
Harold Bloom colaboró efectivamente con esa corriente que colocó a Jorge Luis Borges en un sitial de excelencia universal, junto a menos de treinta autores de todos los tiempos. Los imprescindibles del canon de la literatura occidental.
El crítico norteamericano, en el ensayo Cuentos y cuentistas, ubica a Borges, Poe, Kafka y Anton Chejov (1860-1904), como los creadores de las dos tradiciones existentes en el género del relato corto.
La literatura argentina aún balbucearía odas al costumbrismo, de no haber mediado Borges. A los escritores argentinos les quedaría por delante, la tarea gigantesca de escribir Emma Zunz, El Aleph, Otras Inquisiciones, Poema de los dones, Otro poema de los dones, La memoria de Shakespeare, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Algún atrevido debería publicar Kafka y sus precursores. Lo acusarían de plagio, pero nunca podrían demostrarlo.
La memoria de Borges y lo que resta enumerar, se adivina en algunos guiones de nuestro cine, cuando buscan la belleza. La memoria de Borges juega a los naipes sobre una mesa de madera, en un bar olvidado. La memoria de Borges despierta la chispa del diálogo sagaz. La plástica, la arquitectura, las plazas, las calles; se parecen cada vez más a Borges.
En términos literarios, en la Argentina, Borges lo entendió todo, antes que nadie. Luego lo escribió, hasta donde pudo. Es una discusión presente y futura. Ese hombre nos hizo mejores. Ese hombre nos pretendía mejores. Es una parte enorme de nuestra cultura.
Nació el 24 de agosto de 1899. Fue argentino. Fue escritor. Fue y es admirado en todo el mundo. Fue y es estudiado en las universidades más prestigiosas del planeta.
Fue un genio.
Escribía muy bien.
Realmente muy bien.
Lean a Borges.-
Artículo elaborado por el escritor Pedro Bazán para el semanario La Opinión.