«Las bailarinas no hablan», el segundo libro de Florencia Werchowsky
Werchowsky construye la historia de vida de una bailarina clásica desde su ingreso al Colón, siendo apenas una niña, hasta que se integra al ballet más prestigioso de la Argentina.
En su segundo libro, «Las bailarinas no hablan», Florencia Werchowsky se pone en el cuerpo de una bailarina clásica del Teatro Colón para dar pulso a una trama cargada de experiencias sobre la pesada maquinaria de exigencia que sostiene una vida de sacrificio y sufrimiento, pero que, al mismo tiempo, es capaz de convertir a una danza tan solemne como formal en un acto casi mágico y de aparente libertad.
Entre que Werchowsky dejó el ballet y se metió con la escritura pasaron muchos años -su primer libro, «El telo de papá», la publicó en 2013. Se formó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón pero ya no es bailarina sino «ex», como prefiere definir su paso por la profesión que dejó a los 17 años, y que ahora retoma como narradora.
Con «Las bailarinas no hablan» (Reservoir Books), Werchowsky construye la historia de vida de una bailarina clásica desde su ingreso al Colón, siendo apenas una niña, hasta sus 30 años cuando se integra al elenco estable del ballet más prestigioso de la Argentina. Como su autora, la narradora se llama Florencia pero, advertencia, una y otra no son la misma. Por lo pronto la protagonista, a diferencia de la escritora, nunca deja de bailar.
A medida que trascurre la trama de esta bailarina -la niña, la adolescente, la joven- y sus daños colaterales, se anida a su biografía un retrato (político podría decirse) del ambiente del ballet así como del Teatro Colón y sus conflictos sindicales y edilicios desencadenados durante el menemismo. «Una de mis intenciones era mostrar que el mundo de la bailarina es mucho más rico que el mundo cisne negro que se cuenta», dice Werchowsky a Télam.
-Télam: En el texto parece haber muchas referencias autobiográficas: misma formación, mismo nombre, misma procedencia del Sur del país. ¿Hay un límite entre realidad y ficción?
-Florencia Werchowsky: No es mi vida, es una ficción, pero sí entra generacionalmente. Aunque no me lo proponga, entra en esta tendencia a construir «literaturas del yo», que son un poco sintomáticas de la generación, en línea con el estilo o ritmo de vida. Hay un culto a la persona y al yo en general, como consecuencia del siglo XXI, del capitalismo, por decirlo de alguna manera. En mi caso, la diferencia es que esa literatura del yo está completamente blanqueada. Mi propuesta es tan transparente como confusa porque yo también sé que en la ambigüedad de hacer autoficción se esconden formas de enmascararse. Hay una impostación en el hecho de utilizar la propia vida para construir ficción.
-T: La novela está escrita al ritmo de breves capítulos que siguen la cronología biográfica de la protagonista. A medida que crece van cambiando sus percepciones sobre el arte que la habita. ¿Cómo fue la construcción de esa estructura?
-F.W.: El proceso de recopilación de las memorias es medio permanente. Hubo un plan de trabajo que es más mental y después una instancia de escritura y maquinación. Esa parte de maquinación es acaso la parte menos planificada del relato, que es cuando el recuerdo y la ficción empiezan a llevarse bien para construir algo. Y en esa zona de indefinición, los recuerdos son los recuerdos de esa época. La parte narrativa es mental, la cinestésica es más emocional, y es la que más trato de respetar, porque con el tiempo los recuerdos tienden a evitarse o a darles una forma adulta y en ese crecimiento crecen o se anquilosan. Yo pretendo conservarlos, que estén fresquitos pero no congelados.
-T: ¿Qué creés que le aportó a esta novela la distancia entre tu experiencia como bailarina y como narradora?
-F.W.: La bailarina no se expresa, no puede hablar en las clases ni en los ensayos. Todo eso se contiene hasta que un día sale y puede salir en forma de libro o de hernia de disco. Esta disciplina tiene esa parte oscura que saca lo peor de la gente y al mismo tiempo genera unas cosas maravillosas. Yo lo viví, lo conté y lo tengo mentalmente procesado. A diferencia de lo que me ocurrió a mi, la narradora del libro no dejó de bailar y no se liberó de eso que la oprime ni de esa institución que en vez de permitirle bailar pareciera impedírselo todo el tiempo. Por eso, la narradora muchas veces está enojada.
-T: Si el ballet es una forma de comunicarse pero de terceros, como coreógrafos y docentes («es una disciplina exterior», dice la protagonista), ¿cuál fue el cambio personal que viviste con la escritura?
-F.W.: De la formación tan rigurosa que tiene el ballet, tan agresiva y represora de la persona que se impone sobre el cuerpo y la voluntad, en ese paquete de martirios, para mí lo más doloroso era la represión creativa de la bailarina. Se supone que una actividad artística implica creatividad, pero no en el caso de estas bailarinas o la bailarina que a mí me toco vivir. Al ser tu
cuerpo un instrumento de expresión ajena, no tiene la posibilidad de crear. Las bailarinas no hablan, hay una deliberada marca de mutismo en todo lo que hacen. Eso me molestaba mucho. Entre que dejé de bailar y me puse a escribir este libro pasaron muchos años, así que fue liberador, pero no como una gran explosión de energía. A mí no me ocurre la idea romántica del escritor que un día se emborracha y escribe emocionalmente poemas divinos. Para mí la escritura es un ejercicio mecánico y mental.
-T: ¿Y qué puntos en común encontrás entre ambos universos?
-F.W.: El rigor, la autoexigencia. En mi caso, escribir es una tarea de lo más mecánica. Si no te sentás todos los días, el libro no se escribe. Hay que tener método y rutina. Yo trato de escribir todos los días, aunque escriba una línea y al otro día la borre. En mi caso, solo metiéndole horas es la forma que tiene de ocurrir, que es un poco el modo del entrenamiento del ballet.
-T: Como muestra la novela, algo que parece ser una gran diferencia es que en el ballet destacan unos pocos, no muchos como puede suceder en la literatura…
– F.W.: Si, es muy diferente a los libros. ¿Qué es escribir bien? Hay cánones y reglas de mercado pero es arbitrario; hay gente que escribe bárbaro y nadie la lee pero no hay bailarines que bailen increíblemente bien y no estén en un ámbito de exposición. La bailarina baila en tanto se expone y en esa exposición quedan reveladas las diferencias. Con el escritor, la escena es más sinuosa y variopinta. El ballet clásico tiene una sola forma de hacerse, la literatura tiene miles.
Fuente: Télam