La literatura alemana es legión, legión que en busca y defensa de lo popular hará lo imposible para limpiar el idioma hasta que el brillo sea el comienzo de una raza única, pura y eterna. He aquí un análisis sobre esa escuela literaria, especialmente centrado en Johann Gottsched.

La razón avanza
En una Alemania dividida en Prusia y Austria y con la monarquía absoluta al frente aparece la tan deseada Ilustración. En este contexto donde la burguesía empieza a erigirse, Federico II el Grande propone una serie de cambios sociales, que van desde mejoras en la educación, hasta la admisión de la libertad religiosa. Del otro lado, en Austria, Francisco José I hará también sus reformas.
Así, en medio de un siglo XVIII complejo, donde la razón es la reina, surge la “Auflärung” alemana (Siglo de las luces o Ilustración). Como en todo cambio social e histórico, la filosofía también está haciendo su parte, ésta es una filosofía centrada en el universalismo asombroso de Gottfried Whilhelm Leibniz (que magistralmente divulgará Cristian Wolf), lo que “significó para Alemania el fin de la subordinación ante la teología”, que el barroco tanto pregonaba. Además, se prolonga un humanismo interrumpido por la Reforma. La Ilustración vuelve al racionalismo el eje de su explicación del mundo y del hombre. Pero esta razón humana se enlaza con una razón divina, que trabaja según un espíritu de armonía y perfección para el establecimiento del mejor de los mundos.
Esta razón reina derivará en “el doble descubrimiento del yo y de la naturaleza, como imágenes de la creación divina, pero autónomos y objeto de un tratamiento literario”. Por esto, habrá en Alemania un lenguaje dirigido al entendimiento que acuña nuevos términos de un mundo puramente objetivo. A pesar de esto, a mediados del siglo XVII, no pudo toda la artillería del rechazo sistemático a la emoción y el sentimiento impedir la aparición del pietismo. Este nuevo movimiento reivindicó la necesidad de un nexo religioso y dotó a estos años de una actitud irracionalista y limitada al contacto entre Dios y su criatura. El pietismo arraigó en el espíritu alemán.
Los feudos ya vueltos cenizas y con una burguesía con cada vez más poder, la ilustración se dedicó a predicar una moralidad de contenido y límites de esta clase. Así se resucita a Boileau y se procura extender el beneficio de la cultura a todas las clases, sin excluir a las hasta entonces postergadas mujeres.
La literatura también está incluida en este proceso complejo, ya los autores aspiran a renombres y escriben en periódicos para sobrevivir. Probablemente sea la literatura lo que le dé a la Ilustración el aporte didáctico (un rasgo central de esta época) necesario a partir de la forma en la que trataban asuntos graves para asegurar la felicidad de los seres humanos mientras lo que guía es, claro, la razón. Tanto es así que la fábula se constituye como el género literario por excelencia.
El drama continúa en auge y dada la preeminencia de la burguesía, se comienza a hablar de comedia y tragedia burguesa. Y bajo la influencia de Gottsched, en ellas se aplicaba las tres unidades y a pesar de que la imitación era la principal forma de hacer teatro esto terminó por generar consecuencias positivas y aportarle al teatro alemán la seriedad y obediencia con respecto a la obra que los actores y sus desmanes verbales “corrompían”. Por otra parte, las novelas de la época eran atractivas tanto por su lenguaje como por su contenido pero carecían de interés actual. “Realidad humana y realidad social sólo tenían sentido si estaban orientas por una finalidad pegagógico-moral, mientras que el tipo de novela de entretenimiento seguía los moldes del Robinson Crusoe”.
El camino de la Ilustración lo marcan diversos autores como Albrecht von Haller, Friedrich von Hagedorn, Christian Fürchetegott Gellert, pero el que mejor encarnará el entendimiento humano razonable, de sus finalidades útiles y del didactismo predominante será Johann Christoph Gottsched (considerado lo mejor de la literatura y la crítica en su momento). Toda esta generación de profesores que enseñan poesía y el modo de elaborarla se inspiraban en los versos de la Poética de Boileau, con un profundo afán por depurar el idioma y la literatura y “someter la creación literaria a las prescripciones de la sana razón”.
Para lograr este fin, Gottsched consideraba que había que imitar hasta el plagio a la literatura francesa y la naturaleza, además de su virtualidad para la persecución de una vida virtuosa. Esta declaración de principios lo llevó a enfrentarse con autores suizos y entre ríos de tinta y vehemencia fue útil para agitar el ambiente intelectual y para demostrar con la inminente aparición de Klopstock. Este nuevo autor con su obra implicó el surgimiento de, un coletazo irracionalista que hizo temblar al corazón de la Edad de las Luces. En medio de estos dos coetáneos (Gottsched y Lessing)es que el jovenKlopstock, como dice Modern, en una actitud unitaria y coherente, produjo una poesía que manaba del sentimiento y rechazaba toda celebración preconcebida.
Nace así Klopstock dueño de un espíritu joven, entusiasta y moral que aportará u n nuevo lenguaje. En sus versos fluye entre líneas un sentimiento al que “dotó de una tensión y una fuerza verbal interior como la de una musicalidad y énfasis hasta entonces inauditos” del que luego ni Schiller logrará despojarse luego.

Tres frentes, la legión y una sola línea recta
Klopstock se conviertió en autor nacional y fue el primero después de tanto tiempo (varios siglos) en trasponer las fronteras de su patria del Segundo Reich. Y eso lo consiguió volcando el amor a su patria en las poesías, en dramas que glorificaban, mediante auxilios de una mitología y una historia poco fieles, a la antigua Germania. ¿Será este el germen de la pluma popular que marca un solo trazo recto hasta Goethe? ¿Será esta vasta línea la que también termine llegando al escritorio de Hitler para “iluminarlo” y darle causas para un Tercer Reich?
Klopstock, Lessing y Wieland conformarán el magistral grupo de los fundadores del gran período clásico de la literatura alemana. Lessing entre 1729 y 1781 comienza a desenvolverse como el portavoz supremo de la Ilustración alemana, será su propio apellido el apodo de la “Auflärung” alemana. Este autor hizo de la razón “no una finalidad, sino el instrumento de la alta crítica y de la aptitud dialéctica para llegar a la única meta posible: la verdad”. Conducir por medio de la verdad y hacerla servir a las necesidades de una vida pura y “cristalina”, ese fue el principal objetivo de Lessing. De la mano de este autor la Ilustración se elevó justo cuando se preparaba el prerromanticismo alemán.
Este hijo de pastor protestante y nacido en Sajonia ya desde joven entró en contacto con el teatro. La fama de Lessing como dramaturgo (cabe destacar que el teatro fue su género predilecto) está basada en sus obras teatrales: la comedia Minna von Barnhelm (publicada en 1767), la tragedia Emilia Galotti (que se representó en 1772 por primera vez) y la más reconocida y destacada de la literatura alemana: el drama Natán el sabio, publicado en 1779 y representado en Berlín en 1783. Lessing jamás pudo con todo lo escrito vivir cómodamente, siempre pisando pobreza y obligado a realizar trabajos sin importancia para mantenerse y para ayudar a su familia. Pero la magia de la pluma de este autor reside en la crítica y una gran muestra de ello es la fundamental Dramaturgia de Hamburgo (Hamburgische Dramaturgie). Como tenía grandes conocimientos filosóficos, su crítica literaria era sólida y a través de ella abrió nuevos caminos a las letras alemanas. “Como consecuencia de su pensamiento la literatura alemana se emancipó de las de su pensamiento la literatura alemana se emancipó de las influencias extranjeras, tan en boga entonces que Federico el Grande era incapaz de expresarse por escrito en buen idioma alemán”. Lessing dio a su lengua un tono de dignidad.
El estreno que le siguió a Minna von Barnhelmfue el de Emilia Galotti, inspirada en la figura de la heroína romana Virginia. Y por más que Lessing haya renegado y luchado contra la imitación por el teatro clásico francés, es esta obra su mayor “desliz” y contradicción con él mismo. Emilia Galotti es un drama de cinco actos. Aunque Lessing defiende el uso de las 3 unidades aristotélicas, en esta obra sólo mantiene la de tiempo (la obra empieza con la salida del sol y termina con la muerte de Emilia Galotti, al anochecer) y la de acción: hay cambio de escenario.
El camino a la deshonra
El drama de inicio partir del diálogo del príncipe con Conti y Marinelli que se declara interesado por Emilia Galotti. La acción comienza a evolucionar con la aparición de Emilia, llega corriendo a su casa asustada a contarle a su madre que el príncipe le ha habado estando en misa. Esta Emilia asustada es un claro ejemplo del respeto por la religión y espacio sagrado. La situación comienza a complicarse con la aparición del Conde Appiani y su discusión con Marinelli que derivará en el secuestro de Emilia. Ya en la cuarta escena del tercer acto Emilia descubre que su prometido, el Conde Appiani, ha muerto, provocándose la peripecia. Pero esta acción que parece venir al trote comienza a detenerse y retardarse. Entonces no sólo la madre y el padre de Emilia van a entrar de alguna manera en caos, sino que también Orsina enojada va a tener un papel fundamental para lo que sucederá después. Será esta mujer (y qué casualidad la de Lessing de personificar en ella una voz seductora que haga arder toda la obra) casi una Shoshanna Dreyfus que logrará que Odardo Galotti –padre de Emilia- reflexione, piense y repiense en el puñal que tiene escondido y en dónde lo incrustará:
ORSINA.—¡Ah, ya entiendo! ¡En eso sí que puedo ayudarle! He traído uno. (Sacando un puñal.)
¡Tome! ¡Tómelo rápido, antes de que nos vea alguien! Todavía tengo otra cosa… veneno. Pero el veneno es sólo para nosotras, las mujeres, no para los hombres. ¡Tómelo! (Instándole a aceptarlo.) ¡Tome!
ODOARDO.—Gracias, gracias… Hija mía, quien vuelva a decir que estás16 loca, se las verá conmigo.
ORSINA.—¡Escóndalo, escóndalo rápido! Yo… yo no voy a tener ocasión de utilizarlo. A usted no le faltará esta ocasión. Y la aprovechará… a la primera… si es usted un hombre. Yo, yo sólo soy una mujer, pero vine aquí… ¡completamente decidida! Nosotros, buen hombre, nos podemos fiar uno del otro, ya que ambos hemos sido ofendidos y por el mismo seductor. Ah, si usted supiera, si usted supiera cómo, de qué forma tan injuriosa, tan inexpresable e incomprensible me ha ofendido y todavía me ofende… Usted podría… usted olvidaría su propia ofensa. ¿Usted me conoce? Yo soy la engañada Orsina, la abandonada Orsina. Tal vez abandonada sólo por su hija, ciertamente, pero ¿qué culpa de ello tiene su hija? Pronto será ella también abandonada. ¡Y luego otra! ¡Y luego otra! ¡Ah! (Como extasiada.) ¡Qué visión celestial! ¡Todas nosotras, todo el ejército de abandonadas… convertidas enacantes17, en furias18, lo tenemos acorralado entre todas, lo desgarramos, lo descuartizamos, revolvemos entre sus entrañas… hasta encontrar el corazón que el traidor nos había prometido a cada una de nosotras y que no dio a ninguna! ¡Ah! ¡Qué espectáculo! ¡Magnífico!
Hay en este personaje, que todo el tiempo se nos ha presentado como un personaje fuera de sus cabales, irracional, pasional hasta incluso irrespetuosa (el momento en el que empieza a gritar frente a los intentos de Marinelli de impedirle llegar al príncipe), una voz capaz de encender la violencia, una fuerza para tomar las armas y al mismo momento dejarlas porque reconoce que no va a poder cobrarse el honor que le ha sido vejado.
ORSINA (con cinismo).—¿Por supuesto? ¡Ay del sabio al que se le puede hacer decir lo que una quiera!¡Indiferencia! ¿Indiferencia en lugar de amor? Es decir, nada en lugar de algo. Pues aprenda usted, muñequito cortesano de repetición, aprenda de una mujer que indiferencia es una palabra vacía,un puro eco, que no responde a nada. El corazón sólo es indiferente respecto a aquello en lo que nopiensa; sólo respecto a algo que para él no es nada. Y ser sólo indiferente respecto a algo que para élno es nada… equivale a no ser indiferente. ¿Es eso demasiado elevado para ti, bobo?
Aquí se puede ver con claridad el manejo del lenguaje y psicológico que tiene este personaje, es absolutamente consciente de lo que está sucediendo, del lugar en la que se la ha colocado –se la ha desplazado de la relación y el príncipe ni siquiera se lo ha dicho “en la cara”-, y esta es la primera línea que deja ver que su audacia será descubrir y desentrañar el brete que ha iniciado Marinelli junto al príncipe.
MARINELLI (para sí).—¡Pobres de nosotros! ¡Cuán cierto es lo que me temía!
ORSINA.—¿Qué está murmurando?
MARINELLI.—¡Pura admiración! ¿Y quién no sabe, condesa, que es usted una filósofa?
Y no será la única. Nuevamente, no es casual que Orsina y Odoardo cruzaran caminos. Los une un honor manchado y sucio, y a causa de una sola persona (y a también es la misma para los dos): el príncipe. No importará que la deshonra se haya provocado por el ingenio de Marinelli, por el gatillo fácil de Ángelo o por el interés del príncipe sobre Emilia, ésta ha sido causada por un hombre y como sea pagará. Para empeorar aún más la situación el mismo déspota que ha desatado la tragedia quiere prohibirle ver a su hija (Lessing aquí pone a funcionar la crítica al despotismo), y que ésta tampoco pueda ver a su madre. Odoardo cada vez más difícil es controlar su enojo y te quedará expreso en el monólogo interior de Odoardo:
ODOARDO.—¿Cómo? ¡Jamás! ¿Imponerme adonde debe ir? ¿Privarme de ella? ¿Quién lo quiere? ¿Quién puede? ¿El que aquí puede todo lo que quiere? Bien, bien, pues ya verá lo que también puedo yo, aunque tampoco me esté permitido. ¡Qué poco perspicaz, tirano! ¡De ti lo voy a aceptar! Quien no respeta ninguna ley es tan poderoso como el que no tiene ninguna. ¿No lo sabes? ¡Ven, ven!… Pero, cuidado, ya está la ira ocupando de nuevo el lugar del entendimiento. ¿Qué es lo que quiero? En primer lugar tendría que haber sucedido lo que me enfurece. ¡La de habladurías que puede contar un cortesano adulador! ¡Y debería haberle dejado que siguiera! ¡Que me dijera el pretexto que alegan, para que ella tenga que volver a Guastalla! Así me podría preparar yo ahora una respuesta. De hecho ¿a qué pretexto me va a faltar una? Pero, si me falta…, si me falta… Ahí vienen. ¡Tranquilo, viejo mozo, tranquilo!
Pero allí no termina el camino de la deshonra. La deshonra ha armado una huella en cada personaje implicado: el Conde Appiani muerto y sin deshonra (y es doble aquí porque no sólo le han quitado a su prometida, sino que lo ha matado de un disparo un impiadoso bandido); Orsina abandonada y sin honra; la Claudia Galotti por haber sabido lo que el príncipe pretendía, haberlo descubierto y aun así haber hecho “oídos sordos” ante lo sucedido y terminar rendida ante la seducción del déspota; Odoardo Galotti por haber perdido ante el príncipe a su hija y su mujer y la única posibilidad de honra: el casamiento de Emilia.
La última en perder esta virtud importantísima es Emilia. Vejada por haber escuchado al príncipe cuando le habló en la iglesia, vejada por haber pedido su prometido el mismo día en que iban a casarse y terminar en una de las habitaciones del palacio de recreo de Dosalo absolutamente tranquila y calma luego de saberse sin prometido. La deshonra, que también es el motor interno de la máquina teatral de Lessing, hará que Emilia ruegue para que su padre la mate y la libere:
EMILIA.—¡Oh, padre, si adivinara su intención…! Pero no, eso tampoco lo quiere usted. Pues ¿por qué ha vacilado? (En tono amargo, mientras va deshojando la rosa.) Se dice que en otros tiempos hubo un padre que, para evitar la deshonra de su hija, le hundió un puñal en el corazón…, con ello le dio la vida por segunda vez. Pero esos actos son de otros tiempos. ¡Ya no hay padres así!
ODOARDO.—¡Que sí, hija, que sí! (Clavándole el puñal.) ¡Por Dios! ¿Qué he hecho? (Ella se va desplomando y él la toma en brazos.)
EMILIA.—Ha cortado una rosa antes de que la tormenta la deshojara… Déjeme besar esa mano paterna.
El entramado de sucesos y la profundidad que estos poseen hacia el interior desencadenan la muerte de Emilia. Será la suma de la deshonra, la seducción, la violencia, la sangre y la venganza lo que darán fin a esta historia, la protagonista principal lo sabe desde el momento en el que mira a su padre a los ojos y comprende su destino para siempre:
EMILIA.—Pero no por encima de cualquier seducción. ¡Violencia, violencia! ¿Quién no puede resistirsea la violencia? La violencia no es nada. La seducción es la verdadera violencia… Por mis venas también corre sangre, padre, una sangre joven y caliente como la de cualquiera. También mis sentidos son sentidos. No respondo de nada. No se puede esperar eso de mí. Conozco la casa de los Grimaldi. Es la casa del placer. Una hora ahí, a la vista de mi madre… y sentí en mi alma tal alboroto que apenas pude apaciguarlo con los más severos ejercicios religiosos durante semanas. ¡Religiosos! ¿Y de qué religión…? ¡Para evitar algo que no era peor, miles y miles se echaron a las olas y son santos! ¡Démelo, démelo a mí ese puñal!
La deshonra en esta obra recorre una sola línea que es vasta y recta. La tranquilidad de Emilia, esa rosa, que como el honor, preciosa y joven será cortada antes de poder ver el ocaso de sus días, está en el cobro de la honra que hace su padre. De haberse suicidado, no habría logrado más que ser condenada al infierno. La rosa se sintió muerte y murió; la honra se sintió seducida y cayó, mutó en deshonra, pero Odoardo, ahora revestido por el honor de su hija, también carga con su muerte.
Nota para Caminos de Tinta: Emma S.
Fotos: Internet.