François Bon: “La literatura no puede ser reducida a contar historias amenas entre bellos amigos”

En su novela «Daewoo», el escritor francés reconstruye una historia a partir del cierre de una emblemática fábrica que deja a más de 200 obreras en la calle.

 

Por Milena Heinrich

 

En «Daewoo», una novela de François Bon que se publica en la Argentina más de una década después de su aparición en Francia, el escritor francés reconstruye una trama bella y dolorosa sobre la memoria a partir de los retazos de una historia industrial repetida aquí­ y allá: el cierre de una emblemática fábrica que, de un dí­a para el otro, deja a más de 200 obreras en la calle.

«Se da vuelta una página, pero en esa página estábamos nosotras», suena rotunda la frase de una trabajadora despedida, uno de los tantos testimonios que pueblan el libro y que componen la materia prima con la que el narrador va armando de a pedazos una novela con un sentido claro: saber lo que no se puede saber, qué pasa con ellas, las desplazadas en 2002 de la filial francesa de una mega fábrica coreana dedicada al ensamble de televisores y microondas.

Al ritmo de una trama abrumadora, por todo lo que se desprende a partir de las voces de sus protagonistas y los cruces de su narrador, el francés da forma a una experiencia colectiva dramática con referencias a tiempos pasados; a dignidades en sombra; a cuerpos con nombre de mujer; a cuentas que deben ser repetidas para que cierren los números; y a dolores que, para muchas, no tienen horizonte de sanación.

Pero también, y sobre todo, «Daewoo» es una novela que hace memoria sobre la modernidad. Como escribe su autor «si las obreras ya no tienen su lugar en ninguna parte, que la novela sea memoria». Y así­, el libro recae en la incertidumbre de estar ante realidad o ficción, pues a la estricta literatura se le acoplan recursos de otros universos: testimonios, encuestas, notas, comentarios, entrevistas.

Traducido por Sol Gil y Nicolás Gómez, «Daewoo» (Milena Caserola) es el segundo libro del francés que llega a la Argentina, tres años después de «Mecánica». Su trama nació del caso que primero lo inspiró a escribir una obra de teatro y más tarde, con las notas que quedaban pendientes y que juntó de Internet, decidió trasladar a una novela sobre el desmadre económico y sus víctimas colaterales.

Un poco de su biografí­a permite arriesgar alguna hipótesis acerca del interés por Daewoo, que en definitiva es un interés por el microcosmos industrial, por el desorden económico y por la experiencia humana: Bon (Vendée, Francia, 1953) estudió ingeniería y filosofía, y trabajó en la industria agroespacial y nuclear hasta 1982 cuando publicó su primer libro «Salida de fábrica». Desde entonces se abocó a la literatura.

-Télam: «Daewoo» se edita en la Argentina doce años después de su publicación en Francia. A la distancia, ¿qué cree que representa hoy ese nombre?
-François Bon: No tengo la menor idea. El libro fue escrito como una investigación pero el trabajo (como concepto) es un tema que permanece arraigado como uno de los grandes temas en nuestra sociedad. Estamos viviendo en una sociedad sin trabajo, algo que de alguna manera parece nuevo, aunque se trata de la cara de una cuestión más antigua. Las fábricas cerradas, desiertas o sencillamente demolidas siguen siendo eventos cotidianos en la actualidad.

-T: Al comienzo del libro deja dos cuestiones muy en claro: por un lado, que se trata de una novela y por el otro que es el intento por reconstruir una experiencia. ¿Por qué?
-FB: Se trata de una novela porque fue hecha desde un escritorio, con una computadora y con acceso a Internet. No suelo usar las categorí­as de «ficción» o «no ficción»: escribir es una experiencia en sí­ misma, y su asunto principal es lo que somos capaces de hacer con ella en nuestro propio cerebro. Las formas elegidas, un diario y entrevistas, son las dos ficcionales, utilizadas porque crean una fuerte ilusión de realidad.

-T: Tal vez, por esa ilusión de realidad, «Daewoo» puede leerse como una crónica sobre el capitalismo, narrada como una historia colectiva de la modernidad a partir de testimonios, ¿qué significa para usted el testimonio?
-FB: No pretendí­ escribir un testimonio. Mi trabajo es enfrentar la realidad, que es un concepto de enorme complejidad y muchas dimensiones, que implican al dinero, el poder, los flujos económicos y las polí­ticas territoriales. Balzac y Marx nos educaron en este sentido. El terreno de la literatura no puede ser reducido a contar historias amenas entre bellos amigos.

-T: Por momentos también parece una etnografí­a, pues el narrador parece un investigador implicado con su campo… ¿es posible disociar Bon narrador del Bon más personal, el que estuvo ahí investigando junto a su narradora para dar forma a los testimonios de esas mujeres?
B: Que el narrador es parte de sus propias historias ya lo aprendimos de Marcel Proust. Las otras son cuestiones que ya tienen su tiempo. En principio, este suerte de drama social del cierre de una fábrica moderna establecida en un valle dominado por las ruinas de la industria del acero, algo muy documentado, no fue pensado como un libro. Habí­amos decidido producir una performance teatral y montarla con cuatro actrices del valle. La idea era actuar en base a la monumental documentación que existe de la lucha de esas mujeres. La obra se hizo, en el festival de Avignon, dirigida por Charles Tordjman, y ganó el premio Moliere. Las primeras notas en mi computadora son sobre esta performance. Pero un dí­a me di cuenta de que esas notas eran en sí­ mismas un libro.

-T: En un fragmento escribe que «si las obreras ya no tienen su lugar en ninguna parte, que la novela sea memoria». ¿La literatura tiene la potencia de oficiar o garantizar la memoria? 
B: Por supuesto, en cualquier tiempo el funcionamiento de la narrativa trabaja con la memoria, y las artes de la memoria. Pero la tarea del escritor sigue siendo subjetiva. No podemos elegir lo que ingresa o permanece en la memoria colectiva, solo hacer nuestro trabajo, que es obedecer. Nuestra ley es la realidad, la sintaxis y la composición.

T: Una singularidad de la novela es que su estructura aparece como fragmentada, hecha de distintos géneros, ¿tiene que ver con una búsqueda por renovar los géneros literarios?
B: No hay nada demasiado nuevo acá. Hay docenas de libros hechos con una composición sinfónica y fragmentaria. Además de Proust, Henri Michaux lo hizo, por ejemplo. Con respecto al uso de los diálogos vienen mayormente de Nathalie Sarraute. Pero en un sentido diferente, lo que hemos aprendido de la narrativa es que cualquier historia es, en principio, la historia de su propia manera de escribirla. La cuestión central en este libro ha sido lo que concierne al tiempo y la temporalidad.

T: Si es posible definirla ¿qué es significa para usted la literatura?
B: La literatura es el lenguaje como pensamiento, en estado de reflexión. Maurice Blanchot nos marcó el camino en ese sentido. No se trata de lo que uno piensa, sino de cómo uno canta y baila en el fuego de la realidad. Si aprendí­ algo de este libro es el modo en que permanentemente tenemos que caminar a través de la realidad, enfrentarla, construir palabras y frases cuya única ley sea la realidad.

 

Fuente: Télam

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