Elogiada por su visión crítica y descarnada, la obra más famosa del escritor puntano Polo Godoy Rojo también puede ser considerada como uno de los primeros ejemplos acabados de «bildungsroman» en San Luis. Publicada en 1972, fue ganadora del primer premio de la Bienal Puntana de Literatura, la Faja de Honor de la SADE y del primer premio de la Región Centro Litoral de la Dirección Nacional de Cultura (1971-1973).

Recordemos que en su significado primario, novela de aprendizaje -o bildungsroman, tal su nombre original- es un género literario que retrata la transición de la niñez a la vida adulta. La temática es la evolución y el desarrollo físico, moral, psicológico y social de un personaje, generalmente desde su infancia a la madurez. Esta evolución suele distinguir tres etapas: el aprendizaje de juventud, los años de peregrinación y el perfeccionamiento. Existe también una variante de bildungsroman negativa, que pone el foco en los fracasos antes que en las batallas ganadas.
La novela de Godoy Rojo sigue muchos de los patrones característicos de aquellas novelas europeas de aprendizaje, típicas del siglo XIX y XX. Por esta razón, vamos a establecer algunos contrastes y paralelismos que se desprenden de la lectura de esta obra junto a un clásico de la literatura universal, «La montaña mágica», de Thomas Mann. Como veremos, las dos se ubican en algún punto intermedio y nebuloso entre la visión optimista y pesimista.
Pero antes que nada, conviene repasar los argumentos de cada una.
«Donde la patria no alcanza» narra las peripecias y obstáculos que atraviesa un maestro normal en el desempeño de su cargo, en el interior de San Luis. Con la idea inicial de permanecer allí sólo por un año, el joven docente marcha hacia un remoto paraje del norte provincial, donde buscará llevar su misión educadora. Una vez en el lugar, sin embargo, tropieza con las penurias y necesidades de sus habitantes, abandonados a los vicios y la desidia, y a la corrupción y patoterismo de los señores poderosos. El maestro idealista queda prendado de esta realidad, volviéndola su razón de ser, al punto de que su estadía se prolonga por años y años.
Algo similar ocurre en «La montaña mágica». Allí, Hans Castorp, de veintitrés años, emprende un viaje a Davos, en los Alpes Suizos, para visitar a su primo, pero las tres semanas terminarán por convertirse en siete años. Si bien difieren los motivos, los personajes comparten la misma contradicción: un ansia de movimiento, de superación, que con el paso del tiempo deviene en parálisis absoluta, aniquilante. Alguna resonancia hay también en el paisaje circundante: montañas de un lado, sierras del otro.
Ambas transcurren durante períodos convulsos de sus respectivos países. Mientras «La montaña mágica» tiene como telón de fondo la ebullición social que desembocó en el estallido de la Gran Guerra (1914), «Donde la patria no alcanza» esboza los primeros enfrentamientos que prologaron la infame dictadura cívico-militar autodenominada “Revolución Libertadora”, cuyo epicentro fue precisamente Córdoba, ciudad en la que el escritor puntano residió buena parte de su vida.
Al igual que la novela de Mann, que por momentos toma prestada la voz del narrador para deslizar comentarios filosóficos sobre la naturaleza del tiempo, la enfermedad y otras cuestiones, la pluma del autor de Campo Guacho utiliza las reflexiones de su héroe para denunciar los flagelos de la injusticia, las desigualdades sociales y la hipocresía.
“Había una patria de tarjeta postal para turistas extranjeros y criollos desaprensivos, (…) que nada tenía que ver con la otra, con la auténtica, con la del hambre, del dolor, de la desesperanza. Y minuto a minuto se hacía carne en él la idea de que todos los que hablaban de patria mentían, que casi todos los que hablaban de fraternidad, amor y caridad eran nada más que unos farsantes. Porque nadie podía estar hablando con verdad de todo aquello, en un mundo poderoso y rico, inmensamente rico, en tanto existieran vidas como aquéllas a las que día a día iba conociendo”. «Donde la patria no alcanza», Polo Godoy Rojo.

Recluidos, desterrados, alejados de la civilización, el maestro rural y el joven estudiante albergan sentimientos contradictorios hacia el mundo exterior, el mundo al que, por otra parte, ellos mismos pertenecen: anhelo, desprecio, temor, indiferencia.
Podríamos seguir indefinidamente con este juego de correspondencias, pero tal vez la única afinidad importante a destacar entre ambas obras sea la plástica concepción del Tiempo que proponen, entendido éste como una sustancia que se deforma para adaptarse al estado psíquico y anímico que la contiene.
Sendas novelas son narradas en un orden cronológico cada vez más acelerado, una velocidad que parecería azuzada por la monotonía del entorno y el incesante vaivén de pulsiones a las que son sometidos los héroes, que oscilan de una alternativa a otra sin terminar de decidirse por ninguna, hasta que ya es demasiado tarde. Sus almas son constantemente disputadas por fuerzas opuestas, o mejor dicho, por modos de vida incompatibles. La seguridad de la vida burguesa versus la abnegación y la soledad. Claro que hay una diferencia sustancial. El desánimo indolente del joven alemán, rodeado de lujos y comodidades, tiene su contraparte en la actividad febril del maestro rural, que debe luchar contra los elementos para procurarse los bienes básicos.
“La monotonía y el vacío pueden abreviar y acelerar vastas extensiones de Tiempo hasta reducirlas a la Nada… El Hastío es, pues, en realidad, una representación enfermiza de la brevedad del Tiempo provocada por la monotonía. Los grandes períodos de Tiempo, cuando su curso es de una monotonía ininterrumpida, llegan a encogerse en una medida que espantaría mortalmente al espíritu. Cuando los días son semejantes entre sí, no constituyen más que un solo día, y con una uniformidad perfecta, la Vida más larga sería vivida como muy breve y pasaría en un momento”. «La montaña mágica», Thomas Mann.

Con todo, la novela de Godoy Rojo va todavía más lejos en su apuesta de manipulación temporal, ya que nos permite asistir a la inexorable decrepitud del personaje, sus achaques, y un principio de ceguera. Las tres etapas de desarrollo y madurez parecen transcurrir en un parpadeo, y el efecto que provoca resulta vagamente estremecedor. En este sentido, podríamos decir que Hans Castorp logra huir a tiempo de la “tentación del aislamiento”, aunque esta huida finalmente no lo lleve demasiado lejos.
El sabor amargo que dejan ambas obras no es tanto consecuencia del destino de sus héroes, como de una oscura sensación de trampa auto-tendida. Al no resolver de manera directa el dilema que los convoca los personajes viven en un estado desfasado a perpetuidad, sin poder conciliar jamás el cuerpo con el pensamiento. Como en los mitos clásicos, la tragedia sobreviene al interpretar erróneamente los signos circundantes. En el final, sus sacrificios personales no los convierten en mártires ejemplares sino en simples víctimas de las circunstancias.
Escrito por Míster Blagaich para Caminos de Tinta.
Fotos: internet.