Cecilia Pavón: «En Estados Unidos tienen una visión de la literatura latinoamericana muy obvia»

La escritora y artista dice que le resulta atractivo «mezclar la biografía con la fantasía» porque a la hora de escribir «todo empieza con algo real y se va volviendo una fábula», y esa conjunción está en los relatos reunidos en «Pequeño recuento sobre mis faltas», libro que acaba de publicar la editorial rosarina Ivan Rosado.

Los rituales que se construyen en los talleres literarios, la vida social de exposiciones y festivales de arte, los vínculos que se establecen con amigos son algunos de los disparadores que toma Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) para darle forma a sus textos, en los que el lenguaje va dando cuenta de su experiencia con la escritura como docente y poeta.

Autora de «Un hotel con mi nombre», en el que la editorial Mansalva reunió su obra poética, que también fue publicada en inglés a través de la editorial The Scrambler and Scrambler Books en 2015, Pavón es una trabajadora del lenguaje: como escritora, poeta, traductora y docente dice que no le interesa la idea de «la buena literatura», sino que la piensa como «un proceso y no un resultado» en el que predominan «el hacer y el transitar».

-Télam: En el cuento «Free style rap», la narradora dice que «es el momento de escribir una novela» pero siente que ya es tarde…
-Cecilia Pavón: Estudié Letras y en mi generación si no tenías una novela publicada no eras serio. Por suerte esa idea fue cambiando y la poesía fue ocupando un lugar cada vez más central. En ese cuento quería jugar con la idea de que el tiempo que no le dedico a la novela lo dedico a que otros escriban en los talleres. Además, siempre me gustó lo breve.

-T: Los talleres literarios aparecen en varios de los cuentos. ¿Cómo dialoga la carrera de Letras con los talleres?
-C.P.: Terminé la carrera a los 24 años y nunca volví a la facultad, nunca me dediqué a lo académico. Iba con gente como Marina Mariasch, Santiago Llach, Gabriela Bejerman, que hicieron muchos ciclos de lectura en un momento en el que la facultad había cambiado. Es una carrera muy linda pero no la veo muy conectada con lo creativo. Creo que hay diferencias sobre cómo se lee. En la facultad hay un recorrido más político, histórico. Te da otra postura frente a los textos, que no es tan ingenua. En general los estudiantes de Letras tienen más distancia con los textos. Eso puede ser malo también porque podés estar totalmente consciente y eso a veces genera que se arriesguen menos.

-T: En los relatos también figura tu paso por la universidad en los Estados Unidos. ¿Cómo fue esa experiencia?
-C.P.: Quería irme a vivir a otro país y encontré un profesor que me dijo «hay una beca por la que te podés ir ya» y me fui. Ni pensé donde iba, fui a Seattle. Era muy aburrido, todo muy burocrático y venía de la facultad de Letras de acá que en comparación era increíble. Estaban dando clases Piglia y Sarlo, que eran profesores muy poco tradicionales, era todo lo que se había armado con la vuelta de la democracia. No eran tradicionalmente profesores de carrera. Estudiar Letras en los Estados Unidos es horrible salvo que vayas a determinados lugares. Tienen una visión de la literatura latinoamericana muy obvia, muy simple. Volví porque no aguanté la forma de vida.

-T: Al volver armaste «Belleza y felicidad» con Fernanda Laguna, un lugar que terminó siendo mítico. ¿Qué balance hacés de ese proyecto?
-C.P.: Fue en el 99 y el objetivo era tener una escena artística propia, autónoma, que no sea de la universidad ni del mercado, y creo que algo así hoy se puede encontrar en editoriales como Mansalva, Blatt y Ríos, Ivan Rosado. Me aportó una forma de ver la escritura que es muy vital. Poder mezclar la biografía con la fantasía, que es un poco lo que trato de hacer en los cuentos, ya que todo empieza de algo real y se va volviendo una fábula. Mis libros son cortos pero en todos los casos estuve mucho tiempo pensándolos. Siempre estuve muy relacionada con las artes visuales y eso influye en mi escritura. Pienso mucho el concepto y después cuando escribo lo hago desde un lugar improvisado, espontáneo, rápido.

-T: Decís que te interesa cómo se mezcla lo público y lo privado.
-C.P.: Creo que hay algo generacional porque en los 90 hubo una apertura hacia otras ideas de hacer política relacionadas con la política no partidaria. Por ejemplo en los primeros estudios de género hay política porque lo que se señala es que en la vida de las mujeres hay una subjetividad diferente a la de los hombres. Ya sabemos lo que pensaron los hombres del amor, del sexo, de la muerte, pero lo que piensan las mujeres sobre cosas trascendentales lo estamos empezando a saber hace relativamente poco. Me interesa la literatura de las mujeres como vanguardia para pensar la forma en la que las personas perciben la realidad y eso puede cambiar las formas literarias, que no es otra cosa que las formas de conceptualizar las experiencias y de usar el lenguaje.

-T: En el libro hay una marca fuerte de oralidad. ¿Es una marca en tu obra?
-C.P.: Siempre creo que hay que pensar mucho más que escribir. Con los años me doy cuenta de que mi escritura tiene que ver con señalar las cosas, por eso la novela nunca me salió, ya que implica algo a construir y yo trabajo más sobre lo encontrado. Escribo sobre algo que encontré, no es que lo estuve construyendo. Siento que escribir es elegir los temas, los motivos, las sensaciones en ese remolino en el que uno está inmerso todo el tiempo. Por eso la importancia de cerrar los ojos, porque es más pensar que hacer.

-T: ¿Por qué el título, «Pequeño recuento sobre mis faltas»?
-C.P.: Es una frase ante la problemática de no poder escribir una novela: «lo único que puedo hacer es este pequeño recuento sobre mis faltas». Después te das cuenta de que los títulos hablan del sentido de una obra. En este caso serían las faltas como pecados y también como carencias. En la escritura no creo en los genios, porque para mí la escritura también es que todos te cuenten lo que les pasa. No tengo una idea de la buena literatura: es hacer, transitar y pensarla como un proceso y no un resultado. Algo de eso dice César Aira, que avanza y nunca corrige, sigue, sigue y escribe.

Fuente: Télam.

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