Varios escritores dedicados a la literatura para adultos incursionan en libros infantiles, un desafío que libera el lenguaje pero exige crear universos complejos y atractivos

Entre los escritores contemporáneos dedicados a la literatura «para adultos», cada vez es más habitual encontrar quienes quieren experimentar con la literatura infantil. Pedro Mairal, Fabián Casas, Sergio Olguín y Claudia Piñeiro, por nombrar algunos, incursionaron en los relatos para chicos al menos una vez en su vida. ¿Por qué? A algunos la experiencia de la paternidad o maternidad les resultó motivadora; a otros los desafía el género, que habilita la libertad de la poesía pero es exigente: según dicen, demanda evitar las simplificaciones, lidiar con la complejidad de lo sencillo y crear un universo que no menosprecie a los lectores más chicos.
El caso más reciente es el de Mairal. Con una vasta trayectoria en libros pensados para un público adulto -es autor de novelas como Una noche con Sabrina Love, El año del desierto, Salvatierra, La uruguaya y es conocido también por sus Pornosonetos– hace unos meses publicó El cepillo del rey. Recuerda a la nacion que todo empezó como un juego con su hija Lucía, de quien estuvo separado por dos meses cuando viajó a Francia por una beca. «Extrañaba mucho a mi hija, que tenía tres años. Me conectaba a Skype desde una cafetería donde había wi-fi y le iba inventando una historia con muñequitos. Había un cocodrilo y una princesa, que parecían ser muy cómplices, inocentes juntos», dice. Aunque, pensándolo mejor, agrega: «No eran tan inocentes. Era una especie de asociación ilícita».
Ése fue el comienzo. Reconoce que nunca antes se le había ocurrido este desafío literario. Pero de pronto, en esas circunstancias, la historia crecía por Skype en la complicidad de ese esperado encuentro con su hija. En aquellas noches de distancia llevaba un diario, un registro de su estadía en Francia. El cuento tomó forma en ese diario, allí aparecieron con más nitidez los personajes y Mairal empezó a buscar el tono de un relato para niños. «Aunque no lo pensé exclusivamente para chicos. Creo que si el texto es bueno -cita, por ejemplo, ?¡Adelante, La isla!’, de Sara Gallardo, una preciosa autobiografía de cinco páginas-, los grandes también pueden divertirse.»
El autor dice que, si bien «fue liberador escribirlo», no perdió de vista los peligros de esta nueva aventura. «Tuve presente siempre que no quería caer en simplificaciones o narrar en un tono bobo. Hablan los animales pero hay una trama de suspenso, juegos de palabras. No hay que tomarlo como un género menor porque si no se construye un relato así, menor, bobo. Se requiere armar un mundo ficticio con arquetipos.»
En Cómo cocinar un plato volador, Sergio Olguín narra la historia de un papá recién separado que le cuenta a su hijo cómo se enamoró de su mamá cuando eran adolescentes. Este escritor se dedica en general a la literatura para adultos: publicó las novelas Lanús, Filo, Oscura monótona sangre, 1982 y la serie La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras y No hay amores felices, que llegó a la televisión con una miniserie. Pero tiene dos libros infantiles (el último que escribió, Boris y las mascotasmutantes, fue un pedido de la editorial).
Para él, Cómo cocinar un plato volador también tuvo como musa a sus hijos. «Quería escribir una historia para ellos, porque no me habían leído. La escribí pensando en ellos y se las leía de noche», dice. Y se sincera: «No quería volver a pasar por esa experiencia porque es muy difícil, es la literatura que más distancia tiene con la de adultos». Olguín es autor, también, de dos novelas juveniles –Springfield y El equipo de los sueños– y es un convencido de que este género está muy cerca de la literatura para adultos y de que los desafíos son parecidos.
Dice que se atrevió al género como excepción en su carrera. «La literatura infantil exige la generación de un universo de tal complejidad que es muy difícil de sostener. Cosas que parecen sencillas no son nada sencillas», dice. «La idea es que el libro tenga un contenido literario, sea una historia de una calidad muy alta. Y exige una calidad de escritura, una claridad semántica y una voz propia que no es tan fácil de lograr». Cree que siempre se está en riesgo de menospreciar al lector, de caer en el texto que abusa del diminutivo, de lo que él llama el «aflautamiento» de la voz adulta.
Olguín cree que el hecho de que varios autores de su generación se animen a publicar libros infantiles se debe a que los escritores ven que se puede contar una historia para chicos en la que se mantenga la calidad literaria y también se puedan colar allí temas que interpelen a los adultos.
Sin terratenientes
La escritora, ensayista y estudiosa de la literatura infantil María Teresa Andruetto retoma algunas de sus ideas desarrolladas en Hacia una literatura sin adjetivos para referirse a la literatura infantil como «un campo sin terratenientes y con inquilinos visitantes». Menciona como ejemplos de esta idea algunas novelas que navegan en las dos aguas. Habla de algunas escritas, en principio, para adultos y que fueron editadas luego para público infantil, como El vuelo del tigre, de Daniel Moyano, La sacramento, de Estela Smania, o Puertas adentro, de Lilia Lardone, o libros que están en el borde como La saga de los confines, de Liliana Bodoc, o sus Stefano y Veladuras, que interpelan por igual a ambos públicos.
Considera positivo que ambos mundos se nutran y abandonen las categorizaciones estancas. «A mí me interesa mucho un campo de la literatura infanto-juvenil que se abra, que empuje ciertos límites lectores hacia una mayor complejidad, libros que no sean tan fáciles de encasillar en ?esto es para chicos’ o ?esto es para grandes». Aunque aclara que suele haber cierta resistencia dentro del campo infantil a la «intromisión» de escritores que vienen de la zona de adultos. Con una mirada abierta, propone: «Los límites son precarios y está bueno forzarlos en función del crecimiento de la calidad de los lectores».
Claudia Piñeiro es otra de las escritoras que se pasea por las dos zonas. Autora, entre otras novelas, de Tuya, Las viudas de los jueves, Elena sabe, Betibú, Un comunista en calzoncillos y Las maldiciones, también escribió Serafín, el escritor y la bruja y Un ladrón entre nosotros, estos últimos pensados para niños y jóvenes. En algún punto, su apreciación se toca con las de Mairal y Olguín: la experiencia de los propios hijos la acercó a este género. Dice Piñeiro: «En ambos casos las historias tenían puntos en común con situaciones que estaban viviendo mis hijos en ese momento». El desafío, también para ella, es encontrar esa voz para el universo infantil que hable de los chicos respetándolos: «Creo que un talento importante es tratar a los niños de igual a igual. No sentir que estamos escribiendo para alguien que sabe menos que nosotros o a quien tenemos que explicarle el mundo sino casi lo contrario: escribimos para alguien que tal vez sepa más que nosotros».
La escritora cuenta que para ella escribir historias para chicos fue como «descarbonizar bujías». Y explica por qué: «La escritura para chicos implica para mí, además de un proyecto de menor longitud en el tiempo (una novela para adultos me lleva años y una para chicos, meses), mayor libertad creativa. La verosimilitud que me exige el tipo de novela que escribo para adultos no es necesaria en las historias para chicos, donde puedo sacar a una bruja de una computadora y hacerla volar en una alfombra sin muchas más explicaciones».
Cree que hay una libertad mayor en la literatura infantil y es la del lenguaje: «Hay cierto lenguaje más poético que no me va bien en las novelas de adultos y me lo permito en lo que escribo para chicos. Me pasa lo mismo con las obras de teatro, los dos son textos que escribo entre novela y novela de adultos».
Mairal también habla de un momento «liberador». Olguín siente que en esas obras es libre en el sentido de que puede sacarse de encima lo que considera vicios de la literatura para adultos: «Me permito ser más inocente, dejar de lado el cinismo, esa mirada angustiante o desolada. Eso queda afuera por más de que trate temas complejos».
El escritor Fabián Casas contrasta esa apreciación. Autor de títulos como Ocio, Los Lemmings y otros y Breves apuntes de autoayuda, responde por mail acerca de sus motivaciones para escribir Rita viaja al cosmos con Mariano, su único libro infantil. «Lo escribí porque me di cuenta de que yo le contaba esa historia a mi perra Rita a veces. Y porque la editora Lulú del Fabro me pidió un libro para chicos, puse manos a la obra y en una semana estaba terminado. Los libros para chicos son como las canciones de Nirvana, tienen algo de canción de cuna, pero también potencia oscura, ¿no?»
Hay ciertos riesgos al incursionar en textos infantiles, si se pretende elaborar historias con valor artístico. También está lo que Andruetto menciona como experiencias de escritores del mundo de adultos que -al aprovechar ellos y los editores que tienen un nombre- escriben libros elementales y llenos de lugares comunes. Prefiere no dar nombres. Los niños se encargan de no elegirlos. Recuerda una frase de Cartier-Bresson, el padre del fotorreportaje, que decía: «Para crear hay que creer».
Fuente: La Nación.